Política y ficción

Luis Fernando Charry
28 de enero de 2023 - 05:02 a. m.

Para Rodolfo Walsh escribir fue una consigna programática del riesgo. En Ese hombre y otros papeles personales, Walsh dice: “La idea más perturbadora de la adolescencia fue ese chiste idiota de Rilke: Si usted piensa que puede vivir sin escribir, no debe escribir”. Y unas líneas más abajo añade: “En 1964 decidí que de todos mis oficios terrestres, el violento oficio de escritor era el que más me convenía. Pero no veo en eso una determinación mística. En realidad, he sido traído y llevado por los tiempos”.

¿Se puede escribir ficción “al margen” de la política? O dicho de otro modo: ¿Qué tan efectiva es la “denuncia política” puesta al servicio de la ficción? Rodolfo Walsh se formula muchas veces estas preguntas como si en el fondo de esa formulación latiera el enigma de un dilema existencial. En 1970, en la famosa entrevista con Ricardo Piglia, Walsh dice: “(…) la denuncia traducida al arte de la novela se vuelve inofensiva, no molesta para nada, es decir se sacraliza como arte”. Y también dice: “Yo hoy pienso que no solo es posible un arte que esté directamente relacionado con la política, sino que como retrospectivamente me molesta mucho esa muletilla que hemos usado durante años, yo quisiera invertir la cosa y decir que no concibo hoy el arte si no está relacionado directamente con la política, con la situación del momento que se vive en un país dado, si no está eso para mí le falta algo para poder ser arte”.

Hasta ese momento Walsh ha escrito varios cuentos donde la política es el centro oculto de la trama. En Esa mujer, tal vez su cuento más célebre, un periodista-narrador recrea una conversación turbulenta con un militar; el propósito del periodista es averiguar dónde está el cadáver de Eva Perón. Eso es todo. Pero ese “todo” en la obra de Walsh tiene un carácter expansivo ya que el planteamiento de la conversación evidencia la poética de Walsh: el narrador “nunca” menciona el nombre de Eva Perón aunque el lector “sabe” quién es esa mujer. En esta elipsis está condensado el verdadero efecto político del cuento. Y este mismo efecto será una constante en su obra narrativa. (Un dato: en una prestigiosa encuesta que se hizo alguna vez en Buenos Aires entre un grupo amplio de escritores y críticos, “Esa mujer” fue elegido como el mejor relato de la historia de la literatura argentina).

A comienzos de los años setenta el panorama artístico de Walsh de golpe se nubla. Por entonces tiene una gran fantasía intelectual: renunciar de una vez por todas a la ficción. De eso habla con frecuencia, en especial en los momentos de crisis en los cuales alcanza a vislumbrar un futuro óptimo: si deja la ficción podrá afrontar con integridad, con mayor compromiso, la lucha revolucionaria. “Hay que dejar la ficción, le dice Walsh a Piglia, pero la verdad es que él mismo”, como Laura Demaría señala, “no sabe cómo dejarla”. Todo es un espejismo, una puerta falsa que solo puede conducir al abismo. Así, Walsh nunca podrá librarse de la ficción —hacia el final del libro que contiene sus papeles personales hay numerosas notas sobre una novela que planea escribir— y tampoco de la política: sus convicciones lo mantienen en pie de guerra y a la vez lo condenan.

Luis Fernando Charry

Por Luis Fernando Charry

Escritor, periodista y editor

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