En educación, ¿qué podemos esperar de las campañas políticas?

Columnista invitado EE
18 de enero de 2018 - 04:17 p. m.

Los políticos deben propender por cambios profundos en la educación a todos los niveles. El mundo cambia a gran velocidad pero nuestros métodos educativos permanecen rígidos y no reflejan esa necesidad de cambio. Es necesario pasar del paradigma actual de una educación que transmite información a una en la que se prepara a los estudiantes para pensar, pasar de una educación que limita a una que, por el contrario, alimenta la curiosidad y la creatividad.

Para nadie es un secreto que la educación en Colombia se encuentra en una grave crisis. Distintas administraciones o, inclusive, la misma administración en periodos consecutivos, modifican criterios, objetivos, procedimientos, en forma tal que no resuelven los problemas fundamentales.

Sin embargo, es interesante anotar que la crisis en la educación a la que constantemente nos referimos en Colombia no es solo nuestra ni de América Latina. Escuché recientemente una conferencia del presidente de la Academia de Ciencias de la India, el doctor Raghavendra Gadagkar, quien fue muy claro al decir que la crisis de la educación es mundial. Decía que para enfrentar los retos del siglo XXI todo lo que tenemos que hacer es alimentar y cuidar las mentes de las futuras generaciones; esta es la herramienta más importante, que nos permitirá inventar y construir cualquier otra herramienta que necesitemos en el futuro para enfrentar cualquier contingencia buena o mala, agradable o desagradable. Podemos alimentar las mentes jóvenes y facilitarles que alcancen su potencial total, sin moldearlas a nuestras especificaciones.

Gadagkar citó el libro de Alison Gopnik de 2016, “El jardinero y el carpintero”, quien sugiere que no debemos ser “carpinteros” y “moldear a los niños en un producto final que encaja en el esquema que teníamos programado desde el comienzo”. En su lugar, debemos ser “jardineros” y “crear un espacio protegido y apropiado para permitir que los niños florezcan”.

La educación actual ofrece hechos pero no enseña a pensar, y la tendencia es a destruir la curiosidad y creatividad de los pequeños, remplazándola con un conocimiento que nace de nosotros, de nuestra propia experiencia en la vida. Sin embargo, ellos tendrán que vivir otra experiencia, pues su universo cambiará en formas impredecibles. Si se les da libertad, ellos posiblemente crearán un universo para ellos y para el futuro. Pero en 100 años la educación no ha cambiado. En un foro sobre educación realizado en Bogotá en septiembre de 2017, se concluyó que tenemos aulas del siglo XIX, maestros del siglo XX y alumnos del siglo XXI. Esto hace que sea necesario impulsar el uso de nuevas tecnologías que faciliten la enseñanza y que sean pertinentes para el adecuado desarrollo de los estudiantes y su capacitación para la vida.

Hoy, cuando vivimos una época de relativa calma, cuando por primera vez en más de cincuenta años podemos soñar un país diferente, es nuestro deber buscar afanosamente formas de adaptarnos a estas nuevas circunstancias. Debemos modificar nuestra manera de pensar y de actuar. Es urgente que demos la mayor importancia a la formación de las nuevas generaciones con base en sólidos principios de honestidad y de respeto. Los jóvenes y los niños de hoy deben crecer en un ambiente diferente al que conocemos, comenzando por el entorno familiar en el que el respeto y la honestidad deben enseñarse con el ejemplo. Esta es una lucha casi sobrehumana por la baja calidad de vida de miles de personas, lo que hace muy difícil producir modificaciones reales en el corto plazo; es necesario tener conciencia de que no es una tarea fácil pero que es urgente comenzar.

En cuanto a la educación, debe haber modificaciones estructurales profundas en la forma como se maneja a todos los niveles. Si eso significa que se hagan reformas al Ministerio de Educación, pues se debe trabajar en esa dirección.

Quizá una de las primeras acciones de nuestra sociedad es volver a dignificar la profesión de maestro. La sociedad debe ver a los maestros como verdaderos ejemplos a seguir y a emular. Se ha perdido el respeto por los educadores, en parte por la misma crisis de valores que vive nuestra sociedad pero también, en parte, por ellos mismos. Es necesario definir una política pública para la formación de formadores que tenga en cuenta las nuevas condiciones del país en una época de post-conflicto.

Otra premisa de cualquier análisis que se haga de este nuevo país que estamos comenzando a vislumbrar, es su regionalidad. Colombia ha sido planeada tradicionalmente desde los grandes centros urbanos y, más concretamente, desde Bogotá. Para cambiar esa situación es indispensable que las políticas de educación (y también de salud y de ciencia, entre otras) consideren en forma prioritaria cómo atender a las regiones. Es apenas natural que, para lograrlo, el desarrollo de la población rural debe estar basado fundamentalmente en una buena educación. El sistema educativo nacional, que hoy es considerablemente rígido, debe modificarse, en lo posible, hacia un sistema descentralizado, con directrices curriculares pertinentes, generales y flexibles, sin perder de vista su articulación con políticas de interés general y del nivel nacional.

Cabe anotar aquí que, cuando se hace referencia al desarrollo regional, no se está hablando de “departamentos”, sino de “regiones”. El desarrollo del país debe partir de un desarrollo regional dentro de un contexto nacional. No cabe duda de que una de las razones para el relativo fracaso de la inversión del fondo de regalías para ciencia, tecnología e innovación la constituye la “departamentalización” de los recursos. Muchos aspectos de la vida real no están circunscritos a los límites de las divisiones políticas del país y deben tratarse como tal en los esfuerzos de planeación y distribución de recursos.

Hablar de la financiación de la educación no ha pasado de ser un “slogan”, algo que se menciona como un “saludo a la bandera”. El gobierno actual pregona que el presupuesto asignado a este rubro es uno de los más altos en la historia. Sin embargo, los resultados no registran gran mejoría. Las estadísticas son bien conocidas por la sociedad que, en términos generales, demuestra algún interés en los asuntos relacionados con la educación.

En un año crucial para Colombia, cuando se define lo que será nuestro país en el post-conflicto, solo nos queda confiar en que los políticos asuman una actitud más acorde con las necesidades de la sociedad, que incluya en el discurso y en las acciones a la educación como pilar fundamental de su programa de gobierno.

*Enrique Forero -  Presidente de la Academia Colombiana de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales

 

 

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