Después de la retirada de las fuerzas norteamericanas de Afganistán nos quedan varias lecciones que aprender en Colombia sobre como manejamos el conflicto interno; es una vitrina que emula circunstancias muy similares a las nuestras frente al conflicto interno y la guerra contra de las drogas.
Como ya pudimos ver, los EE. UU., de la mano de otras naciones, estuvieron en Afganistán por casi 20 años manteniendo el control en este país con resultados en buena parte buenos, y a final de cuentas desastrosos. En nombre de la libertad y la democracia, valores esenciales de occidente, los estadounidenses entraron con todo el arsenal a aniquilar a los perpetradores del 9/11 y de pasada adoptarles el estilo de vida americano a los afganos, que en buena parte ayudó a que los niños volvieran a la escuela, las mujeres pudieran recuperar su libertad y legítima dignidad, mejoraran enormemente la infraestructura, instauraran un gobierno, armaran y entrenaran su ejército y demás logros de la incursión que son innegables; pero la otra cara también es aterradora: más de 175.000 muertos entre civiles y militares de ambos lados del conflicto, que a la larga no sirvió de nada, ya que los talibanes recuperaron total control de la nación en menos de 15 días. Como si EE. UU. no hubiera estado en este lugar un solo día.
Por razones que explicaré más adelante es muy importante calcular el costo que conllevó a EE. UU. controlar este país. Se estima que gastaron 300 millones de dólares diarios, durante sus 20 años en Afganistán; es clave recalcar que EE. UU. ayudará a Colombia con 453 millones de dólares en todo 2022, lo que representaba un día y medio en Afganistán. Aparte el costo total de la incursión será de dos trillones de dólares y solo los intereses podrán llegar a 6,2 trillones para 2050, dado que EE. UU. pagó este conflicto con préstamos.
En cuanto al tema que preocupa muchísimo al gobierno colombiano, Afganistán es el productor más grande de amapola (heroína) en el mundo, con el 80 % del mercado mundial. Pasaron de producir 82.000 hectáreas de amapola en el año 2000 (preinvasión) a producir 328.000 en 2017 en plena incursión estadounidense. Esta es por supuesto la fuente más rentable de financiamiento de los talibanes, como lo es acá para los diferentes actores del conflicto. Y veremos sin duda en los próximos años un boom aún más grande de esta producción en Afganistán; y cómo no, si es plata fácil para el nuevo gobierno de turno.
Todas estas cifras dejaron conclusiones muy claras por lo menos para los EE. UU., quienes llevan ya con Biden cuatro periodos presidenciales retirándose de las zonas de conflicto donde tienen incursión. Por supuesto es debatible si la retirada fue acertada o no, y si debió ser en esos tiempos, pero lo que sí es claro para este país es que, sin importar cuánto dinero invirtieron en Afganistán, el conflicto nunca iba a acabar. De lo cual Colombia debería aprender por dos razones principalmente. Primero, porque es físicamente imposible de que Colombia logre ganar el conflicto interno que tiene de una forma bélica con el presupuesto disponible para lucharlo, y además por el hecho de que, contrario a Afganistán, Colombia es un país supremamente homogéneo culturalmente y la única forma de conocer el bando de sus actores es preguntándole su filiación ideológica; es básicamente un conflicto entre patrones quienes asimismo determinan esta filiación, lo cual agrava su resolución puesto que no hay un común denominador, todos buscan a la larga salir de la miseria por las buenas o las malas.
Segundo, controlar la producción de cocaína es de la misma forma irrealizable. El gobierno de turno está alucinando al expresar tan enérgicamente que todos los problemas de este país serán resueltos si acabamos con el narcotráfico. EE. UU. con 300 millones de dólares al día no pudo evitar que los cultivos de amapola en Afganistán se triplicaran en 20 años; mucho menos Colombia logrará acabar con los cultivos de coca con una diminuta fracción de este presupuesto. Producto que además es mucho más apetecible por el consumidor que la heroína. Siendo así, tarde que temprano tendremos que entender que la guerra contra las drogas es una lucha perdida.
Colombia sin duda tiene que aprender de los errores de los demás. Si quieren acabar el círculo vicioso del conflicto interno en que vivimos, pongan cuidadosa atención a Afganistán, es un perfecto escenario de qué pasaría si seguimos luchando esta guerra y con un presupuesto paupérrimo en comparación con el que lucharon en oriente. ¿aprenderemos la lección?