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Violencia escolar, rectores atemorizados

HACE DIEZ DÍAS MI HIJO MENOR, DE 13 años, estudiante del Colegio Anglo Colombiano, fue golpeado por un estudiante del Colegio Nueva Granada.

Miguel Silva
25 de septiembre de 2010 - 09:46 p. m.

Misma edad, más o menos, y un grupo de amigos compartidos. Ocurrió en la calle, cuando mi hijo fue a saludar a tres muchachos de ese colegio y, al intentar saludar al tercero, recibió un solo golpe no anunciado que le produjo tres fracturas: nariz, seno frontal y órbita ocular. Despertó semiinconsciente. La mamá de un amigo suyo lo llevó a la clínica.

Su ojo izquierdo, por el que se preocuparon los médicos esa noche, se salvó milagrosamente. La operación implicó abrirlo por la cabeza, para poder operar sobre el seno frontal. Hoy tiene 50 puntos de sutura y grapas en la cabeza, una malla de titanio sobre los huesos destruidos del seno frontal izquierdo y seis tornillos para fijar los pedazos de hueso a la malla. La operación de nariz fue, en comparación a ésta, sencilla. Durante un mes no irá al colegio y durante seis meses no podrá realizar una serie importante de actividades. La malla de titanio y los tornillos, así como la cicatriz en zigzag sobre la cabeza, estarán con él toda la vida.

Pudo ser peor, claro. En nuestro país sobrevivir a un ataque es ya un milagro. Hay padres que narran historias de horror verdadero. Nosotros tenemos a nuestro hijo vivo y en camino de recuperación.

¿Por qué y con qué le pegó para hacerle semejante daño? Por celos, aparentemente (¡imagínense, a los 14!). Y no sabemos con qué lo golpeó, pero los médicos se preguntan si el puño de un muchacho de 14 años puede hacer tanto daño, o si para lograrlo se requiere de un objeto más contundente que la mano.

Desde entonces hemos visto a Sebastián perdonar a su atacante. El día del golpe sus padres lo llevaron a la clínica a excusarse y mi hijo decidió perdonarlo. Su familia ha estado presente, cosa que siempre se agradece. Nosotros también decidimos perdonarlo, lo cual no quiere decir pensar que allí se acabe el problema. Cuando veo a mi hijo con una herida en la cabeza, ese zigzag que le surca la cabeza rapada, con un vendaje en la nariz, y cuando lo siento desfallecer, siento una enorme ira en mi corazón.

 Una de las inquietudes que me surgen tiene que ver con el mundo sórdido de lo penal. Nosotros en principio hemos dejado de lado la idea de formular una denuncia penal. Podríamos hacerlo. La incapacidad es larguísima, el daño enorme, hay testigos de la manera como fue golpeado y es evidente que no tuvo ni siquiera la oportunidad de darse cuenta de lo que estaba pasando. Es decir, no fue una riña clásica, en la que dos estudiantes se esperan para “darse en la jeta”. Fue un ataque cobarde tras el cual los tres niños del Nueva Granada salieron corriendo, dejando a mi hijo tirado sangrante en la calle. Pero no creo que vayamos por ese camino.

Al decir que pensamos no formular una denuncia nos dicen: “Si ustedes no hacen nada contra ese muchacho, aquel día que ataque a alguien en serio lo lamentará la sociedad”. “Un día hace lo que hizo ese tipo que le destruyó la cara a una mujer con una botella rota por un par de empanadas”. Válida inquietud, pero me pregunto: ¿No debe caer ese peso en los hombros de los padres del agresor y en los del propio Estado, o aun del colegio al que asiste?

¿Qué quisiéramos que pasara? Que el muchacho entendiera la gravedad de lo sucedido. Eso sólo ocurriría si los padres contribuyen (creo que lo hacen) y si su colegio, y la comunidad de padres de ese colegio, lo sancionan de una manera que sea significativa (no necesariamente una expulsión, pero ¿una suspensión?, ¿una circular a la comunidad?). Pero los colegios —y ese en particular tiene una larga trayectoria en esta materia— están acobardados ante las tutelas y han decidido perderlas de antemano. Sancionen, para enviar una señal de lo que es y lo que no es admisible; aunque pierdan las tutelas, pienso yo. No pierdan la altura moral de sus decisiones por la cobardía de los asesores jurídicos, les diría. Su obligación formativa no termina en los linderos físicos de su colegio. Al final, estoy seguro, todos los estudiantes, incluso quienes son sancionados, agradecerán la claridad ética de los directores. Hoy se ríen de esa debilidad y la desprecian.

 

Por Miguel Silva

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