Mañana se cumplen cinco años de la firma del Acuerdo Final entre el Estado colombiano y las FARC en el Teatro Colón de Bogotá. Mucho ha pasado desde entonces y muchísimo más debe ocurrir en los próximos años para poder realizar un verdadero balance de su significado histórico.
Lo cierto es que desde un comienzo, el Acuerdo Final ha venido recibiendo golpes muy duros. El primer garrotazo fue la derrota del Sí en el plebiscito, que no sólo fue un rudo revés sino que repotencializó las derechas agrupadas en la coalición del No. Luego vino un nuevo porrazo con el entrampamiento orquestado entre la Fiscalía y la DEA contra Santrich. La posterior decisión de Iván Márquez y el propio Santrich de retomar las armas, tremenda equivocación, le asestó otro severo golpe al Acuerdo Final, que fue utilizada para fomentar el discurso de las derechas en contra de la paz.
Pero sin duda, el golpe más fuerte y más desafiante que ha sufrido el Acuerdo Final fue la elección de Iván Duque como presidente, precisamente a nombre de susodicha coalición del No. En la primera parte de su gobierno, intentó torpedear la Justicia Especial para la Paz - JEP - con seis objeciones, que afortunadamente fueron rechazadas por el Congreso. A la vez, con el invento de la llamada “paz con legalidad” el gobierno se limitó a ejecutar uno que otro ítem suelto del Acuerdo Final, desconociendo su carácter integral, dejando de lado componentes fundamentales como la reforma rural integral del punto uno y todo lo relacionado con el narcotráfico del punto cuatro, desaprovechando sus grandes potenciales transformadores. Más recientemente, después de la llegada de Joe Biden a la Casa Blanca, al gobierno colombiano le dio por afirmar que sí está cumpliendo con la implementación, aunque no sea cierto. De todas maneras, creo no equivocarme al afirmar que el presidente Duque nunca, repito nunca, se ha referido al Acuerdo Final como tal.
No obstante, pese a tantos golpes y factores adversos, han sido muchos los logros y avances del Acuerdo Final en estos cinco años. Uno de los más claves es la justicia transicional: la JEP, la Comisión de la Verdad y la Unidad de Búsqueda vienen avanzando, dándole esperanza a la sociedad colombiana de la verdad como elemento de cambio y sirviéndole al mundo como modelo para armonizar las demandas de paz y justicia. El propio Duque se vio obligado a reconocer y comprometerse a proteger la JEP para quitarse de encima la Corte Penal Internacional. Otro progreso significativo son las dieciséis curules para las víctimas en la Cámara de Representantes que pese a las múltiples trabas puestas por la coalición del No, serán una realidad el próximo año.
El Acuerdo Final también ha traído efectos indirectos que son avances trascendentales en la construcción de paz y democracia en Colombia. Por una parte, la reconfiguración del mapa político que se evidenció en las elecciones de 2018 y 2019, marcadas por el ascenso inédito de las fuerzas alternativas de izquierda y progresistas, y por otra parte, el despertar ciudadano que se volcó a las calles como nunca antes, tras el 21-N de 2019 y el 28-A de 2021, demandando derechos fundamentales y defendiendo la vida, ninguno de los cuales hubieran sido posibles sin la firma del Acuerdo Final.
Los retos y desafíos por delante son inmensos. Sin duda, la dejación de armas por parte de las FARC y su desmovilización como fuerza militar fueron muy importantes, disminuyendo sustancialmente los niveles de confrontación armada en muchas regiones del país. Pero esto no significó el fin del conflicto sino su reconfiguración. El Estado no hizo presencia, por acción u omisión, en los territorios antes controlados por las antiguas FARC, lo que ha sido aprovechado por viejos y nuevos grupos armados ilegales. El asesinato sistemático de líderes sociales, así como excombatientes, es prueba contundente de que el conflicto continúa. Por ello, hablar del post conflicto es tan equivocado y negacionista como el credo uribista de la no existencia del conflicto armado.
Quizás el mayor éxito del Acuerdo Final ha sido el haber sobrevivido estos años del gobierno de la coalición del No. Ahora la labor principal es elegir el año entrante un gobierno comprometido con la plena implementación del Acuerdo Final, pero también con la salida política negociada con el Ejército de Liberación Nacional, la desactivación de los demás grupos armados ilegales y la reforma de la policía y el ejército, tareas pendientes para lograr una paz completa.
Un conflicto cuyos orígenes datan de hace setenta y cinco años no se supera de un día para otro y el quinquenio del Acuerdo Final no es tiempo suficiente. Sin duda, los avances en estos años han sido significativos y por eso hoy debemos celebrarlos. Pero los retos por delante son aún mayores.
* Profesor de la Universidad Nacional de Colombia y director de Planeta Paz.