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                                                                                                                              La tragedia contagiosa de Irene Clennell

                                                                                                                              La ruptura de familias, debida a la aplicación de normas migratorias, desdice de un mundo que se ha querido mostrar como campeón de derechos fundamentales. 

                                                                                                                              Irene Clennell apenas tuvo los minutos suficientes para llamar a su esposo y despedirse, desde un centro de detención del noreste de Inglaterra, en el que había pasado un tiempo, antes de que sorpresivamente la pusieran en un avión con destino a Singapur, con doce libras esterlinas en el bolsillo. Hacinada en los escasos metros del apartamento de un pariente, casi a once mil kilómetros de distancia, pudo contar que a la hora de su expulsión la trataron como si fuera una terrorista, ante los ojos de cientos de personas en el aeropuerto de Edimburgo, para quienes su apariencia de extranjera debió dar la impresión de que era objeto de un procedimiento justo y normal. Después de todo el trato vejatorio de alguien de su condición no despierta reacción como la que podría provocar tratamiento semejante hacia un típico ciudadano europeo. 

                                                                                                                              Read more!

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                                                                                                                              Es entendible que Irene Clennell hable de su tragedia con dolor, dramatismo y pasión, y que sus dolientes consideren que las autoridades han hecho prevalecer, en su caso, la frialdad de las reglas de permanencia de extranjeros en un país, como demostración de fuerza sin consideraciones accesorias que termina por atentar contra la integridad de la institución familiar. El problema es que su caso, que no es aislado, contribuye a la impresión de que, en el mundo desarrollado, avanza un contagio que amenaza más que antes la condición de los migrantes, animado por la combinación, en diferentes lugares y proporciones, de ingredientes como el nacionalismo y la xenofobia, el uso de los procedimientos y la aplicación radical y extrema de normas que podrían ser entendidas de manera menos dañina para sus derechos fundamentales.  Parecería como si se tratara del uso de una herramienta de disuasión para evitar que más personas llamen a la puerta de entrada de países que se consideran paraísos de la condición humana y del ejercicio de derechos y libertades de los que se han considerado campeones. 

                                                                                                                              Read more!

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                                                                                                                              En los Estados Unidos, al ritmo de los argumentos y “verdades” del nuevo presidente, se presentan casos como el de Irene Clennell, por lo general en desmedro de familias con miembros latinoamericanos, pero el contagio avanza en la medida que, por ejemplo, se comienzan a producir actos discriminatorios que hasta ahora no habían aflorado contra latinos que siempre vivieron allí, y que comienzan ser tratados como jamás habrían imaginado, por parte de las personas más insospechadas de su propio entorno. Es como si muchos de sus antiguos amigos hubieran caído bajo el embrujo de argumentos como los que Jared Taylor, el editor de American Renaissance, presentó en una tormentosa entrevista con el periodista Jorge Ramos, de Univisión, en defensa de un país en el que los “blancos” deben permanecer en mayoría a cualquier precio.

                                                                                                                              También en Europa Oriental y los Balcanes, teatro de las peores muestras de nacionalismo a ultranza de nuestros días, crece cada día la amenaza de nuevas confrontaciones, al ritmo de acciones paramilitares como las del “Batallón Azov” de Ucrania, con su símbolo evocador de la esvástica, y con manifestaciones cada día más preocupantes de nacionalismo agresivo que se notan ya con murales y grafitis en las calles de Kosovo, Serbia, Montenegro y Bosnia. 

                                                                                                                              Paradójicamente, el drama de la radicalización en el trato hacia los foráneos representa un peligro evidente para la subsistencia misma de países que alojan diferentes sentimientos nacionales. Como es el caso de la Gran Bretaña, donde cada desacierto, como el del trato a la señora Clennell, es aprovechado por los independentistas escoceses, que protestan ante la secretaria del Interior por orientar una política migratoria bajo el peligro de la miopía que impide a los conductores de vehículos que se mueven a alta velocidad saber a ciencia cierta qué les espera más adelante en el camino.

                                                                                                                              La ruptura de familias, debida a la aplicación de normas migratorias, desdice de un mundo que se ha querido mostrar como campeón de derechos fundamentales. 

                                                                                                                              Irene Clennell apenas tuvo los minutos suficientes para llamar a su esposo y despedirse, desde un centro de detención del noreste de Inglaterra, en el que había pasado un tiempo, antes de que sorpresivamente la pusieran en un avión con destino a Singapur, con doce libras esterlinas en el bolsillo. Hacinada en los escasos metros del apartamento de un pariente, casi a once mil kilómetros de distancia, pudo contar que a la hora de su expulsión la trataron como si fuera una terrorista, ante los ojos de cientos de personas en el aeropuerto de Edimburgo, para quienes su apariencia de extranjera debió dar la impresión de que era objeto de un procedimiento justo y normal. Después de todo el trato vejatorio de alguien de su condición no despierta reacción como la que podría provocar tratamiento semejante hacia un típico ciudadano europeo. 

                                                                                                                              Read more!

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                                                                                                                              Es entendible que Irene Clennell hable de su tragedia con dolor, dramatismo y pasión, y que sus dolientes consideren que las autoridades han hecho prevalecer, en su caso, la frialdad de las reglas de permanencia de extranjeros en un país, como demostración de fuerza sin consideraciones accesorias que termina por atentar contra la integridad de la institución familiar. El problema es que su caso, que no es aislado, contribuye a la impresión de que, en el mundo desarrollado, avanza un contagio que amenaza más que antes la condición de los migrantes, animado por la combinación, en diferentes lugares y proporciones, de ingredientes como el nacionalismo y la xenofobia, el uso de los procedimientos y la aplicación radical y extrema de normas que podrían ser entendidas de manera menos dañina para sus derechos fundamentales.  Parecería como si se tratara del uso de una herramienta de disuasión para evitar que más personas llamen a la puerta de entrada de países que se consideran paraísos de la condición humana y del ejercicio de derechos y libertades de los que se han considerado campeones. 

                                                                                                                              Read more!

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                                                                                                                              En los Estados Unidos, al ritmo de los argumentos y “verdades” del nuevo presidente, se presentan casos como el de Irene Clennell, por lo general en desmedro de familias con miembros latinoamericanos, pero el contagio avanza en la medida que, por ejemplo, se comienzan a producir actos discriminatorios que hasta ahora no habían aflorado contra latinos que siempre vivieron allí, y que comienzan ser tratados como jamás habrían imaginado, por parte de las personas más insospechadas de su propio entorno. Es como si muchos de sus antiguos amigos hubieran caído bajo el embrujo de argumentos como los que Jared Taylor, el editor de American Renaissance, presentó en una tormentosa entrevista con el periodista Jorge Ramos, de Univisión, en defensa de un país en el que los “blancos” deben permanecer en mayoría a cualquier precio.

                                                                                                                              También en Europa Oriental y los Balcanes, teatro de las peores muestras de nacionalismo a ultranza de nuestros días, crece cada día la amenaza de nuevas confrontaciones, al ritmo de acciones paramilitares como las del “Batallón Azov” de Ucrania, con su símbolo evocador de la esvástica, y con manifestaciones cada día más preocupantes de nacionalismo agresivo que se notan ya con murales y grafitis en las calles de Kosovo, Serbia, Montenegro y Bosnia. 

                                                                                                                              Paradójicamente, el drama de la radicalización en el trato hacia los foráneos representa un peligro evidente para la subsistencia misma de países que alojan diferentes sentimientos nacionales. Como es el caso de la Gran Bretaña, donde cada desacierto, como el del trato a la señora Clennell, es aprovechado por los independentistas escoceses, que protestan ante la secretaria del Interior por orientar una política migratoria bajo el peligro de la miopía que impide a los conductores de vehículos que se mueven a alta velocidad saber a ciencia cierta qué les espera más adelante en el camino.

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