Lecciones del viejo Eton

Eduardo Barajas Sandoval
29 de agosto de 2017 - 02:00 a. m.

Más allá de las proclamas, las escuelas pueden enseñar con los hechos. No basta con que los lemas de las instituciones educativas sean sonoros, profundos, originales, orientadores o pertinentes. De nada sirven si se quedan escritos, o si resultan convertidos en recursos retóricos de los que se puede echar mano en las ocasiones solemnes, o para salir de situaciones comprometedoras, a la manera de argumentos contundentes. Las acciones oportunas y adecuadas pueden ser más elocuentes que los pregones. Decisiones razonables, presentables ante propios y extraños, cargadas de sentido y justicia, se pueden convertir en lecciones imborrables para los estudiantes. Lo contrario será semilla de infortunios.

Los estudiantes de Eton College, la controvertida escuela privada para niños de mayor renombre en la Gran Bretaña, recibieron de su director, Simon Henderson, un mensaje de seis párrafos a lo largo de los cuales les explicó cómo, después de una investigación, se estableció que quienes, entre ellos, presentaron los Exámenes Internacionales de Cambridge resultaron beneficiados, sin saberlo, de información confidencial que pondría en duda el verdadero nivel de cada quien en la prueba de estudios económicos. El responsable del hecho habría sido el jefe del Departamento de Economía de la escuela, encargado del segmento económico del examen, quien habría circulado entre colegas información indebida sobre el contenido de algunas preguntas, para que, sin saberlo ellos mismos ni los estudiantes, éstos últimos fortalecieran su capacidad de respuesta. 

La historia de Eton, que data de 1440, ha estado llena de los incidentes que se pueden esperar a lo largo de cerca de seis siglos. No han faltado escándalos por los privilegios de los que ha podido ser objeto, como asignaciones presupuestales extravagantes para instalaciones deportivas de talla mundial, beneficios de la Lotería Nacional, o auxilios destinados en principio a los agricultores. Tampoco han estado ausentes las dificultades por el despido injusto de profesores, la mofa por prácticas que para algunos lucen anacrónicas y el pecado social de la aparente “cartelización” de los valores de matrículas con otros colegios de la misma índole. No obstante, por encima de todo eso se ha impuesto la lucha de sus orientadores por mantener unos estándares elevados, en todo sentido, que le permiten a esa escuela figurar, en competencia abierta, como una de las mejores del mundo. 

Su modelo pedagógico, elitista a lo largo del tiempo, garantizado hasta hace unos años con el registro de los futuros alumnos al momento mismo de su nacimiento, presenta ahora leves asomos de cambio, como también ha cambiado la dura disciplina que en ocasiones apelaba al castigo físico. Perduran, eso sí, elementos de clasificación de los estudiantes para establecer estratos de diferente manera, y sobre todo la intención y el logro de formar efectivamente personas con liderazgo, así sea entre los que sobreviven al ritmo de su exigencia. También se mantiene el “endurecimiento anímico” a través de pruebas reales de resistencia a la frustración, y el constante entrenamiento en el debate y el estudio de la realidad, con base en el conocimiento de los clásicos, que han sido, a lo largo del tiempo, y bajo diferentes combinaciones, garantía de éxito en la competencia por entrar a las universidades más exigentes, y para descollar después en las carreras de la vida. David Cameron fue el decimonoveno primer ministro educado en la escuela.

La carta que el señor Henderson envió a sus alumnos, a propósito del examen de Economía, hizo pública la situación anómala que se presentó, e informó de los correctivos, que consistieron en calificar a los estudiantes sobre la base de su récord anterior, en lugar de la nota obtenida en el examen, y en la expulsión del profesor responsable de la conducta indebida.  Al director no se le ocurrió mantener el asunto en secreto, habida cuenta de que los estudiantes no estuvieron involucrados y habría sido posible que nadie se hubiera enterado de que salieron beneficiados. Tampoco trató de manipular a nadie, ni de lucirse, ni de dar simplemente “aviso a las autoridades competentes” para que otros se echaran encima el trabajo de “llevar al asunto hasta sus últimas consecuencias”. Mucho menos se puso a defender a ultranza al personaje de quien era jefe, supuestamente para no desprestigiar a la escuela ni desprestigiarse personalmente como seleccionador del equipo. Nada de recurrir a la manida amenaza de que sobre el responsable cayera todo el peso de la ley, recurso bastante usado precisamente en países donde se sabe que el peso de la ley es liviano.

La lección de Henderson puede servir de algo entre nosotros, acostumbramos a repetir lemas representativos de un deber ser distante de la realidad. Buena oportunidad para recordar que no hay que conformarse con repetir slogans y proclamas, inclusive con convicción, sin advertir que, en muchos casos, a la hora de la verdad, se contradicen con los hechos. Porque la correspondencia entre lemas y acciones ha de ser una de las manifestaciones de esa pedagogía del ejemplo que tanto hace falta. Y ello no debe ser exclusivo de las escuelas de la aristocracia británica. 

Hay una especie de deber educativo que se ejerce a todas horas, no por la vía del poder sino de la autoridad moral. Bastaría con no contradecirse, para lo cual tal vez sea necesario pensar de una vez en las consecuencias y no en el efecto inmediato, propagandístico e impactante, de lo que se diga. Para no andar después a la cacería angustiosa de explicaciones imposibles; y para no darse el tono de sabios, sin haber recorrido en la vida tramos que en verdad se desconocen. 

El caso del profesor de Economía de Eton enseña que, aún en los pretendidos lugares más exclusivos, obran las malas artes de la condición humana. Que hay directores capaces de tomar decisiones drásticas ante los asomos de cualquier forma de corrupción. Que no se guardan secretos inicuos. Que a los personajes en formación se les explica lo sucedido, para que vean cómo se tratan esos problemas y se lleven consigo la lección, para cuando sean diputados o miembros del Parlamento, o banqueros, o generales, o directores, o ministros, o primeros ministros, o ciudadanos de bien.

Todo esto se puede generar desde las escuelas, todas, pues no es correcto decir que desde las más humildes, ya que a la hora de servirle a la sociedad todas son lo mismo de importantes.

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