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Un año de aparente inocuidad

Eduardo Barajas Sandoval
01 de febrero de 2022 - 05:00 a. m.

Nunca se sabe si un año de gobierno es mucho o es poco. Todo depende de lo que se haya prometido, de las expectativas despertadas y de los imponderables que surjan. La calificación suele provenir de la oposición, cuya lealtad a las causas fundamentales nadie puede asegurar completamente, y de la expresión de sentimientos ciudadanos, que se pueden ver afectados por el escepticismo, el desinterés o el fanatismo. Aunque siempre quedará una ventana abierta para la objetividad, el optimismo y la buena voluntad.

Joe Biden entró a la Casa Blanca hace un año, en medio de un ambiente enrarecido por su antecesor, que sembró dudas, sin pruebas, sobre la limpieza de las elecciones, con lo cual produjo una división nacional difícil de restañar. De ahí que el discurso de posesión del nuevo presidente estuvo marcado por su insistencia en el llamado a la unidad de la nación y el retorno de la confianza en unas instituciones que pretenden ser ejemplo de democracia y libertad.

Por encima de las fórmulas estereotipadas propias de esas ocasiones, Biden reconoció que “nuestra historia ha sido una lucha constante entre el ideal estadounidense de que todos somos creados iguales y la dura y fea realidad de que el racismo, el nativismo, el miedo y la demonización nos han separado durante mucho tiempo”. Habló de la presencia de verdades y mentiras en la vida pública del país. Reclamó por el ataque del que eran objeto en ese momento la democracia y la verdad. Y dio las primeras puntadas de la idea de que los Estados Unidos se volvieran a sentar “a la cabecera de la mesa” de la comunidad internacional.

Después de esas declaraciones, palabras mayores para una nación que había estado tácitamente de acuerdo en guardar las apariencias, a fin de mostrarse ante el mundo como campeona y portadora del estandarte del bien, la pregunta que hay que formular, un año después de ese llamado y de los esfuerzos para cumplir con los propósitos anunciados, es si los Estados Unidos están o no más unidos, o si, por el contrario, subsisten esas tensiones que aparecieron en los últimos años y se vinieron a agregar a la segregación y la disputa permanente entre los estados y el gobierno federal. Pregunta a la cual hay que agregar otras respecto de quiénes son ahora los líderes, los héroes, y los patriotas que tanto les gusta a los norteamericanos identificar.

La respuestas, inciertas y complejas, a esas preguntas, nunca dejarán de ser tentativas, porque se trata de apreciar y calificar procesos simultáneos y en pleno movimiento. Aunque hay que dar por descontada la presencia de la cultura de andar armados para defenderse, dar trompadas con facilidad de película, producir series truculentas de televisión que exaltan violencia y maldad de todo tipo, mantener un doble estándar frente a la delincuencia según la raza , medir absolutamente todo en dólares, y clasificar a la gente, en las estadísticas y las instancias oficiales, según su origen étnico o su afiliación religiosa.

Uno de los nuevos ingredientes a considerar parece ser la quimera, poderosa e indefinida, emotiva y contagiosa, de “hacer a América Grande otra vez”, proclamada por un promotor populista aparentemente exitoso y seguida por millones de incautos, sin mayor rigor en la explicación de sus fundamentos. Otro, del mismo origen, es el de la sospecha, instalada en el fondo de la sociedad, de que las últimas elecciones presidenciales fueron fraudulentas, acusación genérica y sin pruebas de la cual se deriva la duda sobre la legitimidad del gobierno federal, porque sí, con todas las consecuencias. A todo lo cual hay que agregar maniobras en uno u otro Estado para dificultar el voto de los adversarios tradicionales en futuras elecciones. Todo alimentado por la desinformación, la falacia y la mentira como práctica impune de la discusión política.

Mención aparte merece un elemento, de origen distinto y efecto profundo, que es el de la evidencia de fisuras sociales generadas por el sistema económico del cual los Estados Unidos son portaestandarte. De manera que esa manifestación ostensible de la desigualdad que crece entre diferentes sectores, según el papel que jueguen dentro del sistema, alimenta el surgimiento de discursos y acciones de descontento cada vez más contestatarios frente a la ortodoxia capitalista de Wall Street. Para la muestra la tremenda simpatía que en sectores significativos de la juventud ilustrada despierta la posición crítica de Bernie Sanders.

Como en el mundo de hoy, aún en medio de conjeturas y teorías conspirativas las cosas son un poco más fáciles de interpretar, desde fuera se percibe un ambiente revuelto por el impacto de las tempestades sembradas por el presidente anterior, que no solamente afectan la vida interna sino la prestancia internacio[nal de unos Estados Unidos que ya no son vistos como antes, ni por sus aliados ni por sus contradictores.

Sin perjuicio de que el presidente Biden haya llegado con tremenda claridad respecto de lo que era urgente hacer, no sólo en cuanto al manejo de la pandemia, sino a la recuperación de la economía y de la armonía al interior de su país, se ha hecho evidente que hasta ahora no ha podido cumplir a cabalidad con los propósitos anunciados el día de la posesión.

Pero ahí sí que un año puede ser poco tiempo para enderezar un proceso de gran complejidad y enormes proporciones. Por lo cual no sería justo sumarse al coro de las desgracias, y más bien entender que a un presidente serio, con larguísima experiencia y un equipo responsable, no le corresponde competir en los terrenos de las faltas contra la verdad, las afirmaciones explosivas y sin fundamento y los propósitos que pretenden decir mucho pero son vacíos de contenido. Y hay que reconocer que al menos los demócratas, por más que no todos tengan el mismo entusiasmo, son los llamados a atender el grito que denuncia esa desigualdad contra la cual han luchado, a su manera, por tantos años.

Si bien las fotografías del momento de las encuestas indican que el presidente no ha tenido la aceptación que sería deseable, dentro del propósito de cumplir las metas de unidad que se había propuesto, tampoco es que todo sea una catástrofe, y, curiosamente, dentro de la reglas propias del sistema, la economía ha logrado sobrevivir y ha mostrado crecimiento que no se compadece con la descalificación que de la que ha sido objeto el gobierno.

Como todas estas cosas de la aprobación o el recazo se aclaran tarde o temprano en las urnas, tal vez sea prudente esperar a la prueba de las elecciones que tendrán lugar a finales del segundo año para renovar parcialmente el congreso, que vendrán a dar una medida más precisa, aunque también sujeta a los avatares de las campañas, en cuanto al apoyo formal al presidente y su proyecto. Entretanto, la tarea de las fuerzas democráticas ha de ser la de contrarrestar esa ofensiva populista que no ha disminuido en intensidad y representa una amenaza de verdad para la solidez de un sistema que en todo caso clama por reformas que le permitan corregir problemas profundos para seguir vigente.

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ELIZABETH(23598)01 de febrero de 2022 - 09:08 a. m.
"corregir problemas vigentes" = racismo, nativsmo= problèmas de la economia de mercado? Una sola verdad: Los Estados Unidos de America es una Démocracia sellada con babas. Estas babas congeladas por siglos de opresion sobre los otros pueblos estan descongelando la Union. Usted senor Barajas que deberian juntarse con sus primos de Gran Bretana y Formar una verdadera nacion Angloxasona?
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