Las nuevas condiciones creadas por la pandemia están generando cambios en la orientación económica. La pandemia y las soluciones económicas dejaron en claro que el modelo de globalización genera una desigualdad que no es sostenible. Las soluciones no se buscan en las causas, sino en las manifestaciones y en las prácticas de los países desarrollados.
En la actualidad, Estados Unidos está comprometido en una carrera desenfrenada para reducir las desigualdades del modelo económico de la globalización y ahora agravados por la pandemia. El déficit fiscal llegó al 15 % del PIB en 2020 y en el presente año alcanzará el 20 % del PIB. Por lo demás, se espera que la mayor parte de estos recursos se trasladen a los sectores menos favorecidos mediante transferencias fiscales. La administración Biden advirtió que en el pasado se operó con excesos de ahorro que se desperdiciaron durante décadas. La nueva política está orientada a sustituir el ahorro en exceso por consumo. Sin embargo, la última aprobación de apoyos a los sectores del Congreso significará un déficit fiscal que aumentará la demanda agregada por encima de la producción potencial y, en consecuencia, causará restricciones en la inversión y riesgos inflacionarios.
En los países de mediano desarrollo existe una fuerte presión para que se haga lo mismo. En el caso de América Latina, el deterioro de la distribución del ingreso durante el experimento de la globalización fue notable. Colombia opera con coeficientes de Gini y de pobreza que están muy por encima de su nivel de progreso. Sin embargo, el margen de maniobra es diferente al de los países desarrollados. Las economías operan con faltantes de ahorro que se vieron incrementados por la pandemia. Las transferencias sociales tienen que estar acompañadas de grandes cambios estructurales para elevar el ahorro y sostener el salario. De otra manera, la ampliación del gasto le significaría una seria descapitalización con serias consecuencias en la producción y el empleo de largo plazo.
En general, se reconoce que el desempeño de la economía durante la globalización, y más en los últimos cuatro años, ha sido claramente insatisfactoria en índices de producción, empleo, pobreza y coeficiente de Gini. Las fallas individuales tienden a extenderse al resto de las actividades y al conjunto. Tal vez el más diciente es el sector externo, que fue el punto de referencia y el primer paso para la aplicación del consenso de Washington en Colombia. El país opera con un cuantioso déficit en cuenta corriente que reduce el ahorro y aumenta el desempleo.
La verdad es que estamos ante el fracaso del modelo de globalización. La economía está abocada a un conflicto entre la distribución del ingreso y la producción y el empleo que no se arregla con el aumento del déficit fiscal financiado con la elevación del IVA, que reduce el ahorro. La medida tendría un severo impacto sobre el balance interno de ahorro e inversión. La demanda efectiva pasaría a superar la oferta. La economía quedaría expuesta a una fuerte contracción de la inversión y a riesgos inflacionarios.
No estamos en un mundo de ajustes independientes, sino por el contrario, altamente interrelacionados. Las fallas del sistema inciden en toda la economía y no pueden corregirse en forma aislada. Las soluciones no están en fórmulas dictadas por las manifestaciones o copiadas de los países avanzados. La mejoría de la distribución del ingreso con crecimiento de la producción y el empleo solo es posible con cambios estructurales propios de la economía colombiana que incrementen el ahorro y eleven el salario y las transferencias a los grupos menos favorecidos, las cuales se han presentado en forma reiterada en esta columna.