Se sienten escalofríos cuando uno termina de leer Esta herida llena de peces, de Lorena Salazar Masso, en Angosta, marzo de 2021. Escalofríos y miedo o dolor y apego.
Una mujer blanca se embarca en Quibdó para ir o volver a Bellavista, Bojayá, no en una lancha rápida sino en una suerte de tortuga de mangle. Va con un niño negro, su hijo adoptivo, digamos. Gina, la madre biológica, se lo regaló hace tiempos porque no tenía plata ni fuerzas para criarlo. Al cabo del parsimonioso viaje, el niño tendrá que elegir entre sus mamás, la negra o la blanca. Suena a melodrama. No lo es. Lejos de eso, la novela relata las vicisitudes de dos selvas paralelas. Por un lado, la selva asfixiante del río, tinieblas sin corazón, habitada por pájaros o árboles y hombres vestidos de verde con pañoletas rojas al cuello y botas de caucho, armados para matar o morir, insignificantes en su dimensión humana. Y por la contraparte, la selva interior de la narradora, plagada de memorias, preguntas o ensoñaciones. Ambas junglas se entremezclan a medida que la panga avanza, llegadero a llegadero, por entre aguas cafés con solazos carnívoros.
Los párrafos huelen a pescado, sudor, lágrimas y risas. De la voz de Lorena vamos conociendo a los personajes de esta travesía por el Atrato. La conductora de la canoa es una mujerona capaz y sensible. Amable, su joven ayudante, que cuando empieza el viaje parece tener 17 años y cuando lo acaba ya roza 22 o 23. Carmen Emilia, la compañera de banca de la protagonista: hirsuta, indolente, tierna a pesar de su instinto de odiosa. Gina, la mamá negra, mazamorrera en las quebradas de Bojayá, malherida de espíritu por culpa de la guerra: tres hijos muertos antes del fin de los tiempos naturales de la vida. Y el niño, chiquillo fenomenal que nos hace gozar con su inteligencia en libertad a través de entrañables fantasmagorías, angustias o ilusiones sin fin.
Sin querer queriendo, evoqué Nadie nada nunca, 1980, novela del argentino Juan José Saer, que leí por primera vez cuando yo era chiquito, o sea, cuando tenía la edad de un millennial. Evocación atrabiliaria y enigmática, por cuanto los dos textos no se parecen en casi nada. Mientras Saer experimenta con el uso de distintos puntos de vista sin ocuparse mayor cosa del plot, Lorena narra siempre en primera persona con una trama sencilla, incluso previsible… menos el devastador final, y ahí perdonen el spoiler. Quizás traspapelé la aridez de la historia de Saer con la humedad de la selva chocoana. Gajes de la literatura: los buenos libros se entremezclan sin ton ni son en la mente de cada lector.
Esta herida llena de peces es la novela más berraca que he leído este año. Vital, honda, auténtica, bellísima, condensación de actos y palabras de amor en 185 páginas. Insular (e intachable) en la literatura colombiana de hoy. ¡Eso es, Lorena!
Rabito: “El verde es el color más grande. En este patio hay verde cilantro, verde cebolla, verde albahaca, verde toronjil, verde hierba mala, verde quemado, verde palmera, verde hoja de plátano y verde plátano, verde asoleado, verde llantén, verde sauco para quitar el guayabo, verde amaranto, verde para los caballos, verde hoja de papaya, verde que pica, verde gusano, verde matarratón, verde eucalipto, verde musgo que abraza los árboles llenos de hojas verdes”. Lorena Salazar Masso. Esta herida llena de peces, 2021.
Rabillo: Germán Castro Caycedo, maestro de maestros.