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Rabo de paja

Romerito, pornógrafo de buena voluntad

Esteban Carlos Mejía
01 de agosto de 2020 - 05:00 a. m.

¿Te gusta el porno, Mejillón?, me pregunta mi amiga Isabel Barragán por WhatsApp. Contengo la respiración y me acomodo en el sillón. Es medianoche de toque de queda por la pandemia. ¿Vamos a tener una sesión de sexting o qué?, averiguo, no sin precaución, nunca se sabe con esta mujer. ¡Iguazo!, tiembla el celular. No pensás sino en eso. No olvides que el perdón es lo divino y errar a veces suele ser humano, canturreo a lo Fito Páez, o sea, desafinado, pero arrecho. En la pantalla del celular aparece la cara seria y luminosa de Isabel.

Quiero hablarte de una novela enorme que acabo de leer, dice. Enorme en casi todos los sentidos. Me muestra la portada de un mamotreto de casi 500 páginas. Hace zoom in: Anfiteatro (consolación de la pornografía), de Sandro Romero Rey, en Alfaguara. Es la autobiografía de un tal Romerito, escritor de pornografía o, mejor dicho, varón de buena voluntad que se ve obligado a ganarse la vida siendo pornógrafo para poder pagar estudios y bagatelas de su hijo adolescente. Eso suena chévere, digo yo, siempre a la caza de lo prohibido. Isabel sonríe de medio lado, picarona o gentil. Es un relato de sus aventurillas sexuales y de sus aprendizajes en el inefable arte del porno. ¿Cómo fue?, me emociono. Hay coitos y coitos, murmura ella. Colegialas, virgencitas roqueras, señoritas, señoras, damas de alta cuna y baja cama, con marido o sin oficio, todas ellas son desnucadas por Romerito. ¿Desnu… qué? Ay, no te me hagás ahora el mojigato. Pasadas por las armas, según decían antaño. ¿Ant… qué? No, qué desespero contigo.

Romerito se las folla sin consideración ni amparo, con el telón de fondo de un collage portentoso: música clásica, noveletas callejeras a la venta de puerta en puerta por sus autores, literatura de la fina, performances, guiones cinematográficos, teatro, muchísimo teatro, añoranzas de amor o amistad y hasta un concierto de los Rolling Stones en Bogotá. Un concierto no, digo. ¡El concierto! Anfiteatro es un torrente sin diques ni contención, un espléndido stream of consciousness. Una novela sarcástica y también icónica. Retratos magistrales de Lica (Cali), Bogotá o Dublín. Con razón, susurra Isabel, vos querés emparentarte literariamente con ese man.

Además, dice, es una obra que deja preguntas. A ver, digo. Preguntas no retóricas ni capciosas como las que hacés vos de vez en cuando en tu columna, dice. Preguntas de verdad. Por ejemplo, ¿Anfiteatro es una novela en clave? ¿Sucesos y personajes existieron o existen de veras? ¿Qué ganan esos hombres que se acuestan con todas las mujeres que se les atraviesan? Para ti, ¿son lo mismo obscenidad y pornografía? ¿Por qué en la literatura colombiana lo sexual ha sido marginado o menospreciado? ¿Tú crees que el porno suplanta al erotismo? ¿Puedes pensar mientras follas? ¿Por qué casi siempre la realidad supera a la ficción? Me quedó boquiabierto. Isabel me pica un ojo y, zuáquete, apaga el celular: adiós sexting, adiós leche, adiós huevos, adiós dinero, adiós lechón, adiós vaca y ternero, como en la fábula de Samaniego.

Rabito: “Lo importante en la pornografía es el efecto, no la causa. La humedad es aristotélica. Si sólo consigues que tus héroes tiemblen en el papel, la intención está perdida. Y perderás al lector”. Consejo de Anna Livia a Lucho Varón en Anfiteatro (consolación de la pornografía). Sandro Romero Rey. Octubre de 2019.

Rabillo: Marcador del COVID-19 en Colombia: Ciencia 1 – Virgen de Chiquinquirá 0. Por ahora.

@EstebanCarlosM

 

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