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A salvo y sin salvación

Fernando Araújo Vélez
18 de febrero de 2023 - 11:00 p. m.

Y uno va escuchando a lo largo y muy largo de la vida un reguero de frases hechas y repetidas sobre salvadores, y se va convenciendo cada día más de que necesita una salvación, y por lo mismo, de que sin esa salvación, sin esos salvadores, está condenado, y sin embargo, uno jamás se pregunta ni por qué está decididamente condenado ni quién lo condenó y a qué, y menos aún si necesita salvación, y mientras pasa el tiempo y cuando pasa uno también se oye repitiendo las mismas frases que escuchó en tantas ocasiones, y de repente se encuentra diciendo que “el amor salva”, que “el arte es la salvación”, que “el trabajo nos pone a salvo de”, que a aquel “lo salvó la poesía”, y por supuesto, y por encima de todas las cosas mundanas, que “Dios es nuestro salvador”.

Y así transcurren los años, la vida, hasta que un día cualquiera uno se pregunta si hubo algo, alguien, que lo salvó, y si habrá salvación, y empieza a responderse que tal vez esa idea de salvación era eso, una idea que se convirtió en dogma, y que más tarde o más temprano algunos utilizaron para dominarnos o para enrostrarnos con su arrogancia que necesitábamos salvarnos y ellos lo iban a hacer, y uno cayó ahí, uno también cayó ahí, en esa abstracción que por un lado dolía, pero por el otro era una esperanza, una promesa, y de repente, uno como que se cae de ese absoluto, de esa falsa certeza en la que anduvo toda la vida, y busca teorías, textos, documentos, historias creíbles para comprender, para decirse “no, no estabas equivocado, no te mintieron, estabas en un infierno y necesitabas la salvación”, pero no, nada lo convence.

Y uno termina por celebrar que nada lo convenza. Uno aprieta los puños de la emoción por descubrir que lo engañaron y uno lo permitió, pero que no importó demasiado porque descubrir que a uno lo habían engañado, que le habían mentido, bien valía la pena si era para librarse de la idea de las condenas y la salvación, y de todos y cada uno de los salvadores que en el mundo han sido y siguen y seguirán siendo. La mentira, el dolor del engaño, eran una fruslería si con ellos, por ellos, uno descubría que definitivamente no necesitaba salvarse de nada con lo que cargara por el simple hecho de haber nacido y de existir, y si con el tiempo, uno caía en cuenta de que las derrotas, los reveses, las falsedades, habían sido bofetones que recibía en la vida para encontrar verdades, o por lo menos, una verdad.

Fernando Araújo Vélez

Por Fernando Araújo Vélez

De su paso por los diarios “La Prensa” y “El Tiempo”, El Espectador, del cual fue editor de Cultura y de El Magazín, y las revistas “Cromos” y “Calle 22”, aprendió a observar y a comprender lo que significan las letras para una sociedad y a inventar una forma distinta de difundirlas.Faraujo@elespectador.com

 

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