“Cada loco con su tema”, como cantaba Serrat. Cada quien con sus miradas, con lo que busca y quiere buscar, y con los motivos por los que busca una cosa u otra. Todos miramos, todos vemos, todos buscamos. El médico busca en el otro alguna palidez, un temblor de manos, un pulso. El escritor busca en esa palidez y ese temblor a un personaje, y en ese personaje una trama, y desde esa trama, un cuento o una novela. El pintor mira lo pálido y quiere captarlo para siempre y luego pintarlo, y mientras lo pinta, variarlo un poco, recrearlo. Y va por la vida en busca de gestos y de miradas, igual que el enamorado, pero uno quiere plasmarlos en un lienzo, y el otro, sentir y sólo sentir. Miramos, buscamos, hallamos, todos, de acuerdo con nuestro pasado, con aquello que nos marcó, con lo que quisimos aprender o con lo que fuimos capaces de desaprender.
Miramos con la mirada de origen, y al mismo tiempo, quizá, somos la mirada de origen de alguien, y recorremos un camino a partir de aquella primera mirada, y recorriendo ese camino somos vistos, mirados. En últimas, somos una provocación y una múltiple regadera de mensajes, un papel en blanco que quien nos ve o nos oye va llenando con lo que quiere, o en ocasiones, con lo que puede. El músico busca sonidos, los nuestros y todos los sonidos, y oye, y escucha, que en el fondo es mirar. Y busca silencios, ruidos, y escudriña en la canción que los demás mortales oímos y encuentra una nota en el fondo de todas las otras notas, y se queda pegado al murmullo que dejamos, a nuestro silbido, y va creando con el ritmo de nuestros pasos o nuestro tono de voz el comienzo o el final de una composición.
El político nos mira como un voto, el abogado como un caso, y el juez como una condena, o en el mejor de los casos, como una absolución y un favor por cobrar. El militar nos ve como una tropa que debe cumplir sus órdenes, el sacerdote, como pecadores, y por lo tanto, como almas por y para salvar. Para el negociante somos una inversión de mayor o menor cuantía, un cliente, consumidores y nada más. El profesor nos observa y repasa, como a un manojo de oyentes y obedientes sin criterio ni futuro, y el jefe, como a súbditos que deben cumplir sus mandatos sin pensar ni contradecir, a cambio de unos cuantos billetes mensuales. El filósofo nos percibe alienados y el gerente de mediciones nos transforma en estadísticas, nos multiplica y al final nos impone los gustos de moda. El jugador nos toma como a eternos rivales y potenciales enemigos, y nosotros, mientras buscamos nuestro reflejo en el vidrio de cualquier vitrina, vamos tratando de vivir día a día.