Vivir un día o morir cien años
Fernando Araújo Vélez
Pero puestos a escoger, como cantaba Serrat, entre todas las palabras del amor prefiero la palabra amantes, y la prefiero por fuerte, por real, por sangrante y visceral, porque los amantes son pura pulsión y atrevimiento, riesgo, crudeza, sangre, hueso, piel, y sobre todo, enamorados.
Amantes y pecado, dentro de ese pecado que los humanos nos inventamos para mantener el casi eterno estado de las cosas. Amantes pecado para amar, para esconderse, para tener que planear cada encuentro como si fuera el asalto a un banco, para burlarse de esa otra palabrita, fidelidad, que más que palabrita es yugo, y para temblar de los nervios por un encuentro casual en la mitad de la calle. Amantes y pecado, sin más obligación que la del deseo, sin más compromiso que el querer. Amantes y pecado, rebeldes, contradictores, vividores del momento, indiferentes a las habladurías, a la tradición, a las firmas y los sellos y los papeles y los juramentos ante jueces que se hacen llamar divinos y no son más que humanos, elegidos por otros humanos.
Puestos a escoger, entre todos los disfraces del amor elijo el del imposible, porque en la búsqueda de ese imposible luchamos y no dejamos de luchar. Caminamos, inventamos, soñamos. Cada día será un nuevo desafío, la promesa de que por fin el imposible dejará de serlo. Cada fracaso será el aliciente para continuar en la lucha y el pretexto para que al final de todo podamos decir que luchamos, que siempre luchamos. En la persecución, y por ella, se extinguirán los sinsabores. Cambiaremos dolores y amargura por ilusión, y seremos la eterna ilusión de lo por venir, o de lo por conseguir, en lugar del eterno hastío de lo logrado, que por logrado se vuelve monótono. Elijo el disfraz del imposible porque de lo posible, como cantaba Silvio Rodríguez, se sabe demasiado, y el saber es, de algún modo, aprobar y luego, por cansancio, enterrar. El saber es decepcionarse. El anhelar es imaginación. El saber es novio, esposo, marido, matrimonio, con sus significados de posesión y exclusividad. El anhelar es amante, pasión, incertidumbre, locura, con sus significados de vitalidad.
Puestos a escoger, entre todas las flores del amor elijo las que tienen pétalos y espinas y tallos, y hasta tierra y fango, porque la perfección me aburriría casi tanto como el saber, y sería un infinito espejo en el que no querría reflejarme para no desnudar mi fealdad. Elijo las espinas porque elijo la sangre. Y los pétalos, porque la belleza es rompible y, también, corrompible.
Pero sobre todo, puestos a escoger, elijo vivir un día a morir cien años.
Pero puestos a escoger, como cantaba Serrat, entre todas las palabras del amor prefiero la palabra amantes, y la prefiero por fuerte, por real, por sangrante y visceral, porque los amantes son pura pulsión y atrevimiento, riesgo, crudeza, sangre, hueso, piel, y sobre todo, enamorados.
Amantes y pecado, dentro de ese pecado que los humanos nos inventamos para mantener el casi eterno estado de las cosas. Amantes pecado para amar, para esconderse, para tener que planear cada encuentro como si fuera el asalto a un banco, para burlarse de esa otra palabrita, fidelidad, que más que palabrita es yugo, y para temblar de los nervios por un encuentro casual en la mitad de la calle. Amantes y pecado, sin más obligación que la del deseo, sin más compromiso que el querer. Amantes y pecado, rebeldes, contradictores, vividores del momento, indiferentes a las habladurías, a la tradición, a las firmas y los sellos y los papeles y los juramentos ante jueces que se hacen llamar divinos y no son más que humanos, elegidos por otros humanos.
Puestos a escoger, entre todos los disfraces del amor elijo el del imposible, porque en la búsqueda de ese imposible luchamos y no dejamos de luchar. Caminamos, inventamos, soñamos. Cada día será un nuevo desafío, la promesa de que por fin el imposible dejará de serlo. Cada fracaso será el aliciente para continuar en la lucha y el pretexto para que al final de todo podamos decir que luchamos, que siempre luchamos. En la persecución, y por ella, se extinguirán los sinsabores. Cambiaremos dolores y amargura por ilusión, y seremos la eterna ilusión de lo por venir, o de lo por conseguir, en lugar del eterno hastío de lo logrado, que por logrado se vuelve monótono. Elijo el disfraz del imposible porque de lo posible, como cantaba Silvio Rodríguez, se sabe demasiado, y el saber es, de algún modo, aprobar y luego, por cansancio, enterrar. El saber es decepcionarse. El anhelar es imaginación. El saber es novio, esposo, marido, matrimonio, con sus significados de posesión y exclusividad. El anhelar es amante, pasión, incertidumbre, locura, con sus significados de vitalidad.
Puestos a escoger, entre todas las flores del amor elijo las que tienen pétalos y espinas y tallos, y hasta tierra y fango, porque la perfección me aburriría casi tanto como el saber, y sería un infinito espejo en el que no querría reflejarme para no desnudar mi fealdad. Elijo las espinas porque elijo la sangre. Y los pétalos, porque la belleza es rompible y, también, corrompible.
Pero sobre todo, puestos a escoger, elijo vivir un día a morir cien años.