La visita de Xi Jinping a Italia, Mónaco y Francia entre el 22 y el 26 de marzo pasado, fue precedida por un documento de la Comisión Europea del 12 de marzo en el que se le percibe como “rival”. El documento dice textualmente: “China es simultáneamente, en diferentes ámbitos políticos, un socio cooperador con el que la UE ha aproximado objetivos, un socio negociador con el que la UE necesita encontrar un equilibrio de intereses, un competidor económico en la consecución del liderazgo tecnológico y un rival sistémico en la promoción de modelos alternativos de gobernanza.”
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La visita de Xi Jinping a Italia, Mónaco y Francia entre el 22 y el 26 de marzo pasado, fue precedida por un documento de la Comisión Europea del 12 de marzo en el que se le percibe como “rival”. El documento dice textualmente: “China es simultáneamente, en diferentes ámbitos políticos, un socio cooperador con el que la UE ha aproximado objetivos, un socio negociador con el que la UE necesita encontrar un equilibrio de intereses, un competidor económico en la consecución del liderazgo tecnológico y un rival sistémico en la promoción de modelos alternativos de gobernanza.”
Aunque la Comisión manifiesta que “con el fin de mantener su prosperidad, sus valores y su modelo social a largo plazo, hay ámbitos en los que la propia UE debe adaptarse a las cambiantes realidades económicas y reforzar sus políticas nacionales y su base industrial”, lo cierto es que el documento deja en claro la preocupación que le genera China a la Unión y la necesaria adaptación a lo nuevo, pero manteniendo y defendiendo lo propio, y le recomienda a la UE mantenerse a la defensiva y unida. En otras palabras, lo que en el fondo propone es que los chinos se dobleguen a sus reglas de juego para lo cual una postura monolítica es imperativa. Por eso se entienden las sensibles reacciones que ha producido la firma entre China e Italia de un memorándum de entendimiento que se articula en 29 acuerdos en áreas como infraestructuras y energía, cultura o turismo.
Pareciera que estamos de nuevo en la Europa de Paul Valéry en 1919, cuando escribió lo siguiente en La crise de l’esprit: “el día de hoy trae consigo esta importante pregunta: ¿puede Europa mantener su preeminencia en todos los campos? ¿Se convertirá Europa en lo que es en realidad, es decir, un pequeño promontorio en el continente asiático? ¿O seguirá siendo lo que parece, es decir, la porción elegida del globo terrestre, la perla de la esfera, el cerebro de un vasto cuerpo?”
Valéry vivía en la Europa de entreguerras, devastada. Las circunstancias de hoy no son tan catastróficas. Sin embargo, tenemos a Grecia, a Italia, a Polonia y, por supuesto, al brexit. Y además, se está a la espera de un reacomodo de posiciones de Francia y Alemania que aún no es claro. Pero la pregunta del poeta adquiere actualidad cuando se observa el mapa de la región que se está acomodando —no sabemos de qué manera—, que va desde Japón hasta el Báltico e Inglaterra, que cruza desde Turquía hasta Portugal, que integra al África y que une todo el continente asiático desde el Pacífico hasta el Mediterráneo.
A las críticas de Europa al gobierno italiano, éste ha argumentado que se trata de una actitud de celos. No obstante, el asunto ha traspasado el Atlántico. Washington se ha enfrascado en una guerra comercial con Beijing para frenarlo. Y ha expresado, adicionalmente, su gran preocupación con la cercanía de China a Venezuela, a Ecuador, a Argentina y a Panamá. En este último país, el pasado mes de octubre, el secretario de Estado norteamericano, Mike Pompeo, advirtió a los panameños que “deben tener los ojos bien abiertos” frente a las inversiones chinas. Si se mira la campaña americana de desinformación y miedo que vienen ejerciendo en todo el mundo, pareciera que carecen de estrategias y de poder suficiente para enfrentar la competencia que, por supuesto, no está ajena a riesgos previsibles para quienes se comprometan. Sin embargo, ¿qué oportunidad de inversión o cooperación no carga implícitamente una trampa, venga de donde venga?