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De la política menguante

Fernando Carrillo Flórez
20 de mayo de 2009 - 01:43 a. m.

EL IMPERIALISMO DEL TIEMPO PREsente, la tiranía de las decisiones menores y la dictadura del corto plazo explican la miopía del ejercicio de la política.

Los esfuerzos reformistas se dilapidan y terminan convertidos en cómplices del statu quo. Las reformas son fragmentarias, cortoplacistas e interesadas. Si las ideas tienen la misión de iluminar la política, hoy ellas son cada vez más escasas. Como la luz de la luna menguante.

El vacío conceptual de un proyecto de cambio político queda a merced de legisladores sin legitimidad, cuya única preocupación es cómo blindarse de nuevo frente a la justicia. Esa es su gran innovación. El bien común se eclipsa y la ética se fragmenta para dar espacio a los apremios del interés particular. Las agendas locales se imponen sobre las preocupaciones globales y la política sigue siendo rehén de la inmediatez.

La famosa frase de Keynes de acuerdo con la cual “en el largo plazo todos estaremos muertos”, distingue con claridad el pragmatismo económico del futurismo político. Porque las urgencias del momento y las angustias del corto plazo se convierten en la mejor coartada para no pensar alto, lejos y en grande en materia política. Por el contrario, la política menor, opaca, banal, al servicio del mejor postor, es la regla. Según se dice, ha habido nueva economía y se construye un nuevo derecho. Pero la política sigue siendo la vieja de siempre.

Daniel Innerarity ha dicho en un reciente libro que la principal urgencia de las democracias contemporáneas es recuperar el porvenir. Porque el futuro hoy no tiene ningún peso político y es más débil que nunca. Una gran irresponsabilidad se ha apoderado respecto de quienes pueden gestionarlo. La política se ha reducido a la administración del presente, carente de perspectiva, obsesionada por las encuestas.

No hay que olvidar que la responsabilidad del futuro está ante todo en las manos de las instituciones, no de los hombres. El peso del futuro debe caer en la espalda de las instituciones, no de los líderes pasajeros. De allí su tragedia cuando se juega a apostar con ceguera al caudillo temporal y no a la fortaleza institucional. De allí la falacia cuando para limpiar el camino de obstáculos al soberano se saltan los frenos y contrapesos de la democracia. En verdad se trata de una responsabilidad ética porque va más allá de la ciencia, de la economía y aun del derecho.

El futuro en política ha estado confiscado por el presente económico para no hablar de la herencia del pasado en materia de deuda social. La improvisación limita el desempeño de las instituciones y la globalidad reclama a gritos pensar en el largo plazo. Pero la política local se resiste y debilita aún más las instituciones para perpetuar el pasado y cerrar los ojos al futuro. Votar una reforma se convierte en un acto reflejo, gregario, inducido por los beneficios particulares que trae consigo la investidura pública.

Hoy sí que cabría preguntarse si las reformas que se le van a hacer a la política en esta semana crucial tienen alguna visión de futuro o quizá son un pretexto más para que la política continúe como lo que ha sido y no como lo que debe ser o al menos lo que podría ser.

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