Olvidos

Francisco Gutiérrez Sanín
17 de agosto de 2018 - 05:00 a. m.

No sería bueno que la cacofonía de la actual coyuntura acallara un importante pero ambiguo aniversario que se le vino encima a nuestro país: el de los 60 años del Frente Nacional (1958-1974). Este importante período de nuestra historia ha sido objeto de un relato unilateral y poco basado en la evidencia, que lo convirtió en el símbolo de todo lo que funciona mal en Colombia y de todos nuestros horrores. De estos, el Frente ciertamente no anduvo escaso. Pero también fue el epicentro, y no por casualidad, de procesos claves de construcción de Estado y sociedad y de transformación social.

Que esto es así nos lo recuerda de nuevo un bello e importante libro de Robert Karl, dedicado a la “paz olvidada”, es decir, a la paz que se construyó a partir de 1958 y que permitió reincorporar a la vida civil a cientos de guerrilleros del período que hoy llamamos La Violencia liberal-conservadora (Karl explica en detalle cómo es que académicos y políticos desembocamos en esa denominación). Mientras el Gobierno ofrecía incentivos para la reincorporación y programas para las regiones más afectadas por el conflicto, los excombatientes fueron encontrando su lugar en la vida civil. Tirofijo obtuvo un puesto de inspector de carreteras. No fue, ni mucho menos, un caso excepcional. Hay que decir que esa paz de la que habla Karl estaba apuntalada sobre programas de transformación social mucho más ambiciosos que los de hoy, en particular una reforma agraria que, con toda la madera que le han dado (muchas veces apoyándose en aserciones y supuestos bastante erróneos), sigue siendo nuestro referente insuperable de acceso a la tierra en el último siglo (sí, sí, fue muchísimo más allá de lo de López Pumarejo).

Más aún, al menos en la cúpula, Colombia contaba con una clase política de primer nivel; Karl se entusiasma, con razón, con ella (en particular con Alberto Lleras, pero también con su primo Carlos y con Darío Echandía, entre otros; yo pondría a estos dos a encabezar el escalafón). No se deprima el lector: las presidencias del Congreso TAMPOCO estuvieron en manos de personajes particularmente atractivos (Hugo Escobar Sierra, Julio César Turbay…). Pero en cambio las grandes estrategias de país estaban cuidadosamente pensadas y pasaban por tomadores de decisiones muy capaces.

Bueno, se preguntará el lector, pero si esa “paz criolla” fue tan bonita, ¿por qué terminó encallando? Por muchas razones. Primero, claro que no era linda (como Karl muestra con claridad), sino enredadísima. Segundo, la paz tuvo enemigos feroces; tipos (todavía era una política muy masculinizada, aunque el país al fin había conquistado el voto femenino) decididos a armar todo un tinglado de pánico moral alrededor de la reinserción y participación de los guerrilleros y de los incentivos incorporados a los planes para que esa paz fuera “estable y duradera”, y a bloquear cualquier transformación social aunque fuera a un costo prohibitivo. Encontramos varios de los nombres y apellidos de estas gentes hoy encabezando exactamente la misma clase de actividades. Tercero, la radicalización y el canto de sirenas de la lucha armada característico de la época —esta interpretación es mía— impidió que se produjera en algún momento una convergencia entre reformadores moderados y activistas. Encontré en varios archivos que Carlos Lleras —un sólido y brillante moderado, que hoy sería estigmatizado como “expropiador”— entendió en algún momento que esa convergencia era fundamental para romper las inercias del país. Creo que sigue teniendo la razón.

Como fuere, Karl muestra cuántas oportunidades se abrieron con la paz criolla, y cuántas se cerraron con su descarrilamiento. Y nos explica implícitamente por qué no deberíamos olvidar esa otra paz, a pesar de que esté a más de medio siglo, y un océano de sangre, de distancia.

Karl, Robert A. Forgotten Peace: Reform, Violence, and the Making of Contemporary Colombia (Violence in Latin American History). University of California Press.

 

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