La gestión de conservación en los humedales de Bogotá se ha vuelto en extremo problemática. ¿La actual administración parecería condenada a que todo lo que puede salir mal salga mal? No lo creo. La administración de Claudia López ha sido clara en el cambio de rumbo. Quienes defendemos los humedales tenemos que entender la magnitud del daño ocasionado por dos administraciones de Peñalosa. Salir de este entuerto no es fácil ni barato, y la administración actual requiere un voto de confianza. Esta oportunidad no la podemos perder.
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La gestión de conservación en los humedales de Bogotá se ha vuelto en extremo problemática. ¿La actual administración parecería condenada a que todo lo que puede salir mal salga mal? No lo creo. La administración de Claudia López ha sido clara en el cambio de rumbo. Quienes defendemos los humedales tenemos que entender la magnitud del daño ocasionado por dos administraciones de Peñalosa. Salir de este entuerto no es fácil ni barato, y la administración actual requiere un voto de confianza. Esta oportunidad no la podemos perder.
Es importante que se reconozca que no existen en Colombia ecosistemas en los cuales la presión ciudadana haya sido tan importante. Algunos como La Conejera simplemente no existirían. Las pretensiones del anterior alcalde en su primer gobierno produjeron organizaciones civiles y con ellas se estrenaron muchos de los principios y las normas que hoy rigen además a nivel nacional, a través de la adhesión del país a la Convención Ramsar. Desde los humedales en Bogotá se han hecho leyes y jurisprudencia. Por eso, bienvenida la presión que hoy hacen, a la cual se ha sumado el control político y los organismos de control. Pero es importante discernir con madurez política y técnica el campo de lo deseable del de lo posible. Porque en los sistemas complejos las cosas no se deshacen como se hacen.
En el primer período de Peñalosa las pretensiones fueron las mismas. Su obsesión por la recreación activa y artificialización de los humedales llevó a los estrados judiciales sus ideas, y allí perdió. Pero a diferencia de su reciente período, en esa ocasión el Ministerio puso en su lugar las pretensiones del Distrito de acuerdo con las políticas ambientales (que siguen vigentes). Hoy la cartera ambiental debe contribuir a evitar que aumente la pérdida de la confianza pública en sus autoridades ambientales, en este caso más que emblemático.
Los impactos que se ocasionaron en esas dos administraciones no son solo ambientales en el sentido convencional (fauna o flora afectada), sino más grave, se refieren a la vulneración de las instituciones y de la armonía dentro del Sistema Nacional Ambiental, además de la tergiversación de funciones de otras. Nunca más el Acueducto de Bogotá, por ejemplo, debería hacer obras de uso público dentro de los humedales. El cambio de rumbo está en curso y hay que apoyarlo. La exigencia de inmediata suspensión de las obras, por ejemplo, debe ser trasladada a los organismos de control, pues podría estar en juego un enorme detrimento patrimonial. Sería la forma de aplicar responsablemente el plan de gobierno.
La actual administración debería lanzar dentro del nuevo pacto social una fuerte ofensiva para recuperar la institucionalidad, la confianza del público y la capacidad de llevar a discusión legítima los grandes asuntos sin resolver. Los temas que están hoy en juego podrían responderse no solo retomando el pasado deseado —la visión de la Política Distrital de Humedales—, sino con visión de futuro.
En los humedales de Bogotá, por ejemplo, se debería constituir un subsistema temático diferenciado de áreas protegidas, con referencia en la Política Nacional de Gestión de Biodiversidad y Servicios Ecosistémicos, y las nuevas metas de Biodiversidad y Cambio Climático. La gestión social del conocimiento sería una de las grandes inversiones a realizar. En esto hay mucho camino recorrido. La inestabilidad institucional, producto de cambios erráticos, hoy es inaceptable y demasiado costosa para la colectividad. Igualmente, la adecuada integración a la ciudad de estos espacios con vocación de renaturalización genera una agenda enorme y en gran parte pendiente. Un espacio para el diseño y la innovación socioecológica.
Tal vez así, con una institucionalidad fortalecida y con una confianza pública renovada, podríamos aspirar a visitar todos los humedales de Bogotá en su carácter de áreas protegidas urbanas, con todos sus beneficios sociales potenciales en realización. ¿Y por qué no al menos en algunos de ellos en bicicleta? Habríamos superado los dilemas innecesarios y costos en los que un estilo fallido de administración nos ha hecho perder tiempo. Importante no caer de nuevo en la suma cero que ya sufrimos dos veces. Ya le estamos llegando tarde al futuro.