A un lado de la presuntuosa casa parroquial de la Inmaculada Concepción del Chicó -que más parece una mansión de Mesa de Yeguas-, estaba el domingo pasado una mujer sentada con una niña en el regazo.
Vendía bolsas para la basura. Al precio que le quisiera pagar el que pasara. Lo que le quisieran dar. Yo venía de más abajo, había estado esperando a Ashley, de quien ya he hablado aquí, pero no llegó porque Miranda, la más chiquita de sus dos hijas, amaneció con fiebre.
Yo vi a esta mujer, la de la casa parroquial, y me acerqué. Le di un billete de menor valor (por si de repente llegaba Ashley). Ella se levantó con la niña en brazos y me agradeció. Yo ya me iba cuando me dijo que por favor le ayudara con unos pañales, que tenía a la niña sin pañales. Pañales etapa 4, me dijo.
Yo no sabía qué hacer. ¿Qué tal que sí viniera Ashley? Di otras vueltas a la manzana y en la última me resolví y le dije desde lejos que me aguardara, que iba por los pañales. Al Éxito de la 90 con 13.
Y fui y los encontré, los etapa 4. Pero en un empaque grande, con muchos pañales, y no me alcanzaba la plata que llevaba. Por favor, le dije a la joven que me atendía, véndame solo unos, no puedo llevarlos todos. Ella me dijo que no podía, que ese empaque se vendía así, que no lo podía abrir. Entonces le dije que buscara más, que de pronto había un empaque más pequeño. Ella buscó y buscó y encontró un empaque, de otra marca, con diez unidades. Yo le pregunté, varias veces, si estaba segura de que eran etapa 4. Yo tenía dudas, no me parecían, no sé por qué. Y no había llevado las gafas, ¡no podía leer!
¿Está segura?, ¿está segura?, le volví a preguntar varias veces, le dije que eran para una mamá, jovencita, en la iglesia, que los necesitaba, que no me fuera a mandar con lo que no era, con algo que ella no podía aprovechar. Todavía en la caja, pues la misma joven me recibió la plata, le seguí preguntando, diciéndole que por favor leyera ella, que tenía buenos ojos, que se asegurara. Y ella me contestó que sí, todas las veces que le pregunté, todas las veces. Que sí, que sí...
Bueno, ya estaba echada la suerte. Pagué y me fui con el paquete de diez unidades de lo que acaso eran pañales etapa 4. Caminé y caminé, rápido, y ya la vi. Desde que me acerqué, desde que estuve, digamos a diez metros, me di cuenta de que sí eran los correctos, por la mirada de ella. Supe, ahí mismo, que sí eran los que ella necesitaba. Para su chiquita.
Me acerqué y se los di y ella me sonrió. ¿Sí son etapa 4?, le pregunté por no dejar, y ella me dijo que sí. Me dijo, mire, aquí dice. Yo vi el letrero, borroso y muy pequeñito, y me tranquilicé. Y le sonreí también. Le pregunté su nombre y me dijo que se llamaba Yoxselys, y que su niña se llamaba Luna.
Nos despedimos y yo me fui. Estaba agitado todavía. Pensando en lo que había pasado y en todas las vueltas a la manzana que había dado. Y me sentí muy triste, no sé por qué. Tal vez porque se trataba solo de unos pañales, solo diez. Nada en realidad.
Y tal vez porque todo había sucedido al lado de esa casa parroquial tan antipática y presuntuosa.