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Papiloma y fanatismo religioso

Héctor Abad Faciolince
05 de octubre de 2014 - 02:00 a. m.

No soy científico, pero sé a quién preguntarle y dónde buscar cuando tengo dudas en asuntos de ciencia.

En estos temas hago lo posible para que no me guíen los prejuicios, sino la curiosidad y la búsqueda de la verdad. Cuando inventaron la vacuna contra el papiloma humano, hace ya varios años, le pregunté a mi hermana epidemióloga sobre su seguridad, y no dudé en llevar a vacunar a mi hija adolescente. La vacuna tuvo un efecto adverso: le dio un poquito de fiebre. Otro efecto adverso lo tuve en mi bolsillo: la vacuna era carísima. Pero está demostrado que la mayoría de los casos de cáncer de cérvix, de vagina, de ano, se deben a la infección con este virus. Así que prevenir algo tan grave valía mucho la pena.

Lo triste era que las personas más pobres de Colombia no pudieran prevenir este cáncer, por falta de recursos, con una vacuna que era eficaz y segura. El actual gobierno colombiano subsanó esta injusticia, y esto hay que celebrarlo. Hasta hoy se han administrado en Colombia millones de vacunas gratuitas para que las niñas puedan prevenir este tipo de cáncer.

Pero por supuesto no podían faltar las aves agoreras que vinieran a atribuir a la vacuna efectos nefastos: parálisis, desmayos, dolores de columna. Estoy seguro de que si inventaran una vacuna eficaz contra el sida también habría gente que se opondría con furia a su aplicación. Cuando algo ayuda a prevenir las enfermedades de transmisión sexual, los fanáticos religiosos (herederos ideológicos de aquel cardenal nuestro que condenaba el condón, López Trujillo) se alborotan. Su tesis es la siguiente, expresada muy bien en el portal “Voto Católico Colombia”: allí el director de la plataforma pro vida, Jesús Magaña, “señaló que la vacuna contra el VPH no protege, sino que daña a las menores y promueve la promiscuidad en adolescentes”.

El inefable procurador colombiano ha estado muy activo en algunas poblaciones del país, animando a los padres —generalmente de colegios confesionales o afiliados a diversas denominaciones religiosas— a que denuncien los graves daños que la vacuna contra el VPH estaría causando. Y ha intentado culpar al Ministerio de Salud. Lo mismo buscan abogados negociantes. En realidad el efecto adverso más común han sido los desmayos. Si se comparan los desmayos por esta vacuna contra los soldados que se desmayan cuando les sacan sangre, podría verse que los casos de estos últimos son más.

Hay estudios serios en el mundo entero sobre los posibles efectos adversos de la vacuna. De 67 millones de dosis administradas se han reportado 25.000 casos de efectos adversos. De estos 25.000 el 92% no eran serios (la fiebre de mi hija, enrojecimiento en el sitio de la inyección). Quedan entonces 2.000 casos más serios, es decir el 0,003% de los casos. Un tris más alto que los casos adversos que dan los placebos. Con razón la Organización Mundial de la Salud dice que la vacuna es segura. Y lo mismo dice una de las pocas colombianas que se merece el Nobel de Medicina: la doctora Nubia Muñoz.

Si se comparan los efectos benéficos —de protección— que tiene la vacuna, con los pocos efectos secundarios serios que ésta podría llegar a producir, y que muchas veces tienen más motivaciones psicológicas que biológicas, la conclusión obvia es que conviene que las jóvenes se vacunen. Cualquier vacuna puede tener efectos secundarios, en general leves. En cambio los efectos secundarios del fanatismo son de verdad severos.

Los artículos de prensa irresponsables, el megáfono moralista del procurador y la histeria de unos padres que creen que sus hijas se van a volver promiscuas porque las vacunan contra una enfermedad de transmisión sexual, han hecho un daño inmenso. Ahora hay padres que no quieren dejar vacunar a sus hijas. Cuando les resulte un cáncer, dentro de algunos decenios, será muy tarde e inútil que sepan quiénes fueron los culpables: los fanáticos que piensan que lo único que previene el papiloma es la abstinencia sexual.

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