Para mí es un hábito leer al maestro Osuna. Disfruto también sus caricaturas, pero es en su prosa donde encuentro solaz y enseñanza. Envidio esa noble pátina que posa sobre sus escritos. Una cierta capa de pasado que, hoy, llamaríamos mejor un barniz vintage. Y eso lo digo pese a que cuando su columna ha incluido mi nombre, ha sido más bien para formular críticas. Siempre las he recibido con resignación, a sabiendas de que es parte inescapable del precio que se paga por aparecer en letras de molde. Durante mis primeros pinitos, el maestro me había incorporado sin fórmula de juicio a la jauría de liberales sectarios. Creía él que yo simplemente era un repetidor de bárbaras consejas contra Laureano y Álvaro. Eso se ha atenuado, pero no para disminuir la acidez. Más bien, para acrecentarla a partir de las conversaciones con la guerrilla.
En columna del lunes señala cuáles serían, bajo su óptica, los motivos para que mis compatriotas no hayan votado por mí con el caudal necesario para el triunfo.
Una de ellas, dice el maestro, fue haberme dejado “arrollar por las guerrillas”. Predice con razón que eso no lo voy a aceptar. A día de hoy, he vertido litros de saliva y tinta defendiendo los pormenores de lo que se hizo. No voy a repetir esa letanía. Ahí están las decenas de versículos del Acuerdo. Lo que sí voy a decir es que esta acometida de Osuna es contraevidente. No admite la prueba de la realidad. ¿Cuál es el gran asunto nacional que está en vilo por cuenta de las Farc? ¿Qué inciso de la Constitución, por mínimo que sea, ha sido puesto en jaque por la guerrilla desarmada? Curioso: hasta el Gobierno ahora se hace lenguas diciendo que cumple el Acuerdo y despacha a la Corte Penal Internacional con el argumento de que tenemos buena JEP. Y el secretario general de la ONU dice que el Acuerdo es un modelo. Algo habrá, maestro.
El Gobierno y la oposición intestina, el Centro Democrático, arguyen siempre que el crecimiento de los cultivos fue un regalo (un “ruego”, dice Óscar Iván con bellaquería inmortal) que le dimos a la guerrilla. Lo cierto es que en más de tres años del gobierno Duque con la promesa de hacer también trizas los cultivos, no lo ha logrado. Hasta la fumigación no pasó de ser una simple fábula para captar sufragios. Sufragios de las dos categorías. Y que, cifra más, cifra menos, el Gobierno alega a voz en cuello que trabaja en la sustitución, que fue la fórmula acordada en La Habana. Lo cual no obsta para decir que esta es una calamidad que debería ser mirada como asunto de interés nacional para asumir una reflexión y un plan de acción entre todos. Que, lamentablemente, tampoco depende íntegramente de las coordenadas que maneja la Casa de Nariño. Pero predigo que, en todo caso, es obligatorio pasar por el diseño de sustitución diseñado en la isla.
La segunda razón de mi escasez electoral me ha dejado perplejo. Mi renuncia a la Vicepresidencia ha sido mirada como un acto de independencia. Pero bueno. Respeto al maestro y sus convicciones.
Lo que no hemos podido explicar ni Osuna ni yo es que esta sequía de balotas coexiste con una alta favorabilidad en las encuestas. No somos estadígrafos ni él ni yo. Por ahora es un misterio y, a estas alturas, permanecerá indescifrado.
Y gracias por lo de “gran señor”, expresión que goza en mi mente y mi corazón de una clara reciprocidad.
Seguiré disfrutando sus letras y sus rasguños.