Como país repetimos constantemente que la educación y los niños son lo más importante. Cada administración se vanagloria de ser la que más presupuesto asignó al sector, pero a la hora de tomar decisiones, los niños y su educación están lejos de ser el centro de nuestra sociedad. Lo evidencia la forma tan errática como se ha manejado esta crisis, el descontento social generado y la desconexión con la ciudadanía. Claramente, nuestros gobernantes no recibieron una buena educación, particularmente, una buena educación en la primera infancia.
Las habilidades y destrezas que no se adquieren en los primeros años de vida difícilmente logran obtenerse después. Si los niños entre cero y siete años no tienen acceso a una atención integral, donde el cuidado, la nutrición y sobre todo la educación sean adecuadas, será poco probable que más adelante se conviertan en seres sociales, éticos, felices, capaces de vivir en comunidad y aportar a esta.
Es justamente durante esos años que aprendemos a respetar las reglas del juego, a no intimidar ni a usar nuestros privilegios para obtener beneficios que no merecemos. Al parecer, varios de nuestros dirigentes se perdieron el momento en el que se adquiría esta competencia, y el mejor ejemplo lo demuestra la actitud que tienen hacia la justicia. Es excelente cuando les favorece, pero si no, toca desprestigiarla, tratar de acomodarla, corromperla y no acatarla.
La empatía es otro de los valores que se obtienen en ese momento de la vida. Da escozor escuchar a nuestros gobernantes afirmar que prefieren que ciudadanos inocentes mueran con balas disparadas por la fuerza pública, por protestar, que la manifestación en sí, porque esta los asusta más. Da miedo la incapacidad de nuestros líderes para disculparse y asumir responsabilidades, incluso cuando la justicia les ordena hacerlo.
En los primeros años de vida se adquiere independencia cognitiva y emocional, se aprende a buscar consejo y apoyo, y a saber agradecerlo; pero más que nada, se aprende a ser asertivo. A tomar decisiones de manera independiente y a asumir las consecuencias, buenas o malas. Escudarse en los demás, no tener la humildad de reconocer los errores, mantener las decisiones incorrectas cueste lo que cueste, seguir de mandadero de otros, no entender su rol y prestarse para que alguien más lo asuma sólo evidencia estupidez.
Es claro que a nuestros gobernantes no les enseñaron los beneficios del trabajo en equipo, de la unión y del respeto por los otros. Siguen fragmentando la sociedad, porque lo importante es tener el poder, no gobernar. El fin justifica los medios. Si no trabajamos en resolver la división, en dos años estaremos en lo mismo, con opciones sólo en los extremos, mientras que cualquiera de centro o moderado seguirá siendo considerado tibio.
Y en el largo plazo, lo único que nos podrá salvar de repetir este terrible momento será asegurarnos de brindarles a nuestros niños una buena educación, en entornos que los protejan, como son las instituciones educativas. Tristemente, eso no está pasando; los niños no importan y además los estamos condenando a perder dos años de sus vidas (las declaraciones de la ministra de Educación sobre el tema de la alternancia en los colegios hasta que no llegue la vacuna es insólita). De seguir así, triste será el futuro que nos espera.