Costas extrañas

Una frase basta para detectar la maestría de un escritor

J. D. Torres Duarte
06 de marzo de 2019 - 05:00 a. m.

Juzgar a un escritor por una frase equivale a definir el carácter general de un sacerdote por su desempeño durante un bautizo. Resultaría injusto que el olvido involuntario de una o dos palabras durante la oración, la lentitud del rezo o sus fallas temporales de vocalización bastaran para tacharlo como mediocre, a pesar de las decenas de bautizos que ha ejecutado con éxito en el pasado. El sacerdote, sin embargo, tendría también la certeza de que la maestría sólo se impone si los detalles están pulidos y de que la misión redentora del sacramento merece su rigor excesivo. Para el sacerdote, cada bautizo es el último bautizo. Para el escritor, cada frase es la última frase.

En ese duelo fatal —e incluso romántico y algo absurdo—, cada frase se convierte en un testimonio del libro entero, así como una huella en el camino da cuenta de la fuerza, el peso y la dirección de un caminante. Pequeña en apariencia, una frase puede recogerlo todo: el estilo, la historia, los atributos de un personaje. En ocasiones, cinco palabras forman —o al menos sugieren— una novela. Este es el caso de Una casa para el señor Biswas de V. S. Naipaul.

Una casa para el señor Biswas, publicada en 1961 por André Deutsch en Inglaterra, le supuso tres años de escritura a Naipaul, que había inmigrado a ese país, en razón de sus estudios universitarios en Oxford, en 1950. Mientras cumplía con sus deberes académicos, su padre, Seepersad Naipaul, periodista y escritor de origen indio, falleció a sus 46 años en Trinidad después de una extensa convalecencia. Perplejo por su muerte, V. S. Naipaul escribió por esos días en una carta a su madre desde Inglaterra: “Claro que estaba deseando ver a papá; todo lo que soy se lo debo a él”.

Durante años, Seepersad Naipaul había escrito y reescrito una serie de cuentos —cuya primera versión publicó bajo el título de Gurudeva and Other Indian Tales— que inspirarían, más por sus intenciones que por su estilo, el destino literario de su hijo. Sus relatos, sin embargo, fueron fragmentos incipientes de una historia más gigante y colorida, que Naipaul padre nunca pudo terminar por su mala salud y por su menguada fortuna de periodista que le impedía escribir con tranquilidad y a la vez mantener con holgura su casa y sus siete hijos. “Cuando termines tus estudios universitarios —le escribe a su hijo en una carta—, si encuentras un buen trabajo, estupendo; si no, no tienes que preocuparte en lo más mínimo. Te vienes a casa y haces lo que yo estoy deseando hacer: escribir, leer y las cosas que te gusta hacer […]. Quiero que tú tengas la oportunidad que no he tenido: que alguien me mantenga a mí y a los míos mientras escribo”.

Sin la vida, obra y muerte de su padre, V. S. Naipaul no habría escrito Una casa para el señor Biswas. La novela alcanza, en buena parte, su ambición inacabada: convertir los relatos costumbristas y cómicos de Trinidad en un drama universal. Además de que los orígenes de Mohun Biswas, el personaje principal, se pueden rastrear en un cuento de Seepersad Naipaul, They Named Him Mohun, su biografía presenta casi los mismos dramas y las mismas ambiciones de Naipaul padre. Biswas busca con desespero el despegue de su carrera como periodista con el único objetivo de abandonar la casa de su familia política, en la que ha tenido que vivir por años porque su salario menguado le impide mantener a sus cuatro hijos y su esposa y a la vez tener una casa propia. Desde las primeras líneas sabemos cuál será el destino de su carrera extenuante: Biswas morirá a los 46 años en Trinidad tras una extensa convalecencia.

Este paralelismo biográfico, que resulta inútil para comprender a Biswas puesto que su existencia como personaje literario se sostiene por sí sola, es en cambio provechoso si se quiere atestiguar la maestría de Naipaul. Un buen escritor necesita poco para reflejarlo todo y en el caso de Naipaul cinco palabras bastarán.

En mitad de la novela, Mohun Biswas se traslada, solo, a un cultivo de azúcar en Green Vale. Su familia política lo encarga de la contabilidad del cultivo y la administración de los pagos a los trabajadores. Durante la temporada de vacaciones, su único hijo, Anand, lo visita. Para entretenerlo, el señor Biswas le cuenta sobre Galileo y Copérnico, le prueba con un bote repleto de agua los efectos de la fuerza centrífuga y construye con él una brújula y por último un timbre. Naipaul escribe sobre ese momento: “Hicieron un timbre eléctrico usando las baterías de la linterna, una pieza de lata y una puntilla, una puntilla oxidada y nueva, una de aquellas que el señor McLean había traído envueltas en papel periódico en la tarde en que Edgar había marcado el sitio para la casa”.

Las cinco palabras centrales de ese párrafo, “una puntilla oxidada y nueva” (“a rusty new nail”, en la edición original en inglés), describen sin obstáculos y con sutileza el desencanto, la resignación y la tristeza de Mohun Biswas y, por extensión, de Naipaul. De entrada, los dos adjetivos resuenan como una contradicción, dado que no es posible que una puntilla nueva esté, al mismo tiempo, oxidada. El óxido, por definición, es un estado de agonía. En este caso, tal contradicción tiene un peso superfluo porque es el contexto de la novela el que le otorga sentido. Para Mohun Biswas, para él entre todos los hombres de esa tierra sin futuro en la que nació, el óxido de la puntilla puede convivir con su novedad. Es una puntilla vieja, pero fresca. En decadencia, pero recién nacida.

La puntilla, dice el párrafo, proviene “de aquellas que el señor McLean había traído envueltas en papel periódico en la tarde en que Edgar había marcado el sitio para la casa”. McLean es un constructor de casas y Edgar es su ayudante. Ambos son contratados por el señor Biswas para levantar una casa en un lote vacío de Green Vale. El señor Biswas no tiene demasiado dinero, de modo que McLean compra algunos materiales usados y baratos, que si bien no le darán a la casa un carácter de novedad, le otorgarán al menos un aspecto respetable y digno.

En ese sentido, la puntilla es en efecto nueva: nueva porque acaba de llegar, porque ha sido adquirida con el dinero que el señor Biswas le entregó a McLean. Es nueva porque el señor Biswas no la había visto antes, no la había comprado antes, y es sólo a partir de ese momento cuando las cosas comienzan a existir. Sin embargo, es una puntilla usada, fatigada por el agua y el aire. El señor Biswas tendrá que resignarse a reconocer en ella un objeto único, pese a todas las indicaciones de la realidad, porque hasta entonces no ha tenido otro modo de vivir: aceptando la derrota como un percance temporal.

La puntilla se convierte, entonces, en un apéndice del destino del señor Biswas. Pero la frase (“a rusty new nail”) desborda incluso esos límites. La poesía permite que dos objetos de espíritu opuesto convivan sin atropellos. En ese ámbito de oposiciones, el señor Biswas (un hombre nuevo, new, con respecto a la mezquindad e hipocresía de su familia política) manotea con dignidad contra los hábitos anquilosados y supersticiosos (rusty) que dominan entre su familia y sus colegas. Y ése es el foco de la novela: es la pelea de un hombre contra el mundo. La frase asume ese carácter de suma total (está puesta en la mitad del libro, como una suerte de bisagra) con sólo dos adjetivos certeros y precisos.

Su destino y su posición ética se aferran a esa puntilla. Junto a esos dos aspectos, se puede descubrir también la posición social de Mohun Biswas: sólo un hombre apabullado por la pobreza acepta sin chistar que una puntilla oxidada será una pieza firme y adecuada para levantar su propia casa. Tenerla, sin embargo, es su única garantía contra el naufragio.

La puntilla nueva y oxidada expresa aun un cuarto atributo. En ella se recoge el estilo progresivo y rápido, que dispara eventos y acciones en cada línea de Una casa para el señor Biswas. En una entrevista posterior a la entrega del premio Nobel, que recibió en 2001, Naipaul describió así el estilo de la novela: “Lo que hice en aquel libro […]. Todo era visual. Había una fotografía en cada párrafo. Y cada oración suma, suma, suma, de modo que el libro es muy acelerado, muy pictórico”. El estilo no es una manera de escribir, sino una cadena de sentido: es el puente entre la forma y el fondo. La frase “una puntilla nueva y oxidada” es sugerente como imagen (los tres aspectos anteriores son prueba de ello) y además conserva el molde de la prosa que la antecede. Es la semilla que de golpe se vuelve árbol.

Los ecos de la frase —que tal vez no son intencionales, que tal vez son sólo la consecuencia natural de conocer su material a fondo— rebasan también los límites literarios. En últimas, las sugerencias éticas y sociales sobre Mohun Biswas podrían ser trasvasadas, con el debido cuidado, a Seepersad Naipaul, el padre del escritor, de modo que aquella puntilla termina esbozando la perspectiva de un hijo sobre sus orígenes. En un libro de tono testimonial, El escritor y los suyos, V. S. Naipaul recuerda que su padre “posiblemente es el primer escritor de la diáspora india, el primero en escribir sobre sus gentes trasplantadas, campesinos desprotegidos que intentan, como por un instinto imperioso, recrear la sociedad que han dejado atrás […]. Nadie más hubiera podido hacer lo que él hizo, con gran esfuerzo, y como yo puedo atestiguar, sin ningún reconocimiento”. Un esfuerzo sin reconocimiento: una puntilla nueva y oxidada.

En las cartas que envía a su hijo durante sus estudios en Oxford, recopiladas en Cartas entre un padre y un hijo, Seepersad Naipaul se muestra una y otra vez titubeante sobre su escritura, sobre el material con el que está trabajando y sobre la validez de sus relatos. A veces corrige con obsesión, a veces dilata el trabajo, a veces lo olvida por completo y a veces se muestra inclinado a cambiar el tono y el fondo del relato con tal de encajar en alguna publicación radiofónica o impresa y ganar algunas monedas. Su material es nuevo, inexplorado y montaraz, pero acude a las formas literarias habituales para domarlo y darle sentido, y fracasa. Pudo ser un buen escritor y en el camino su material se ajó y fue olvidado. El óxido prevaleció.

 

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