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                                                                                                                              La lluvia puede esperar

                                                                                                                              En estos días lluviosos quisiera escribir sobre la nostalgia de dormir arrullado por el estruendo de un aguacero cayendo sobre un techo de zinc, sobre la gracia de la lluvia y la musicalidad de su goteo, sobre mi diálogo improbable con la pareja de canarios que se posaron esta mañana frente a mi balcón, o sobre Mercedes Barcha —“el cocodrilo sagrado”— y su vocación para domar silenciosamente a ese monstruo literario balanceándose en su mecedora como una matrona del Caribe. Pero no. Aquí matan a la gente. Aquí el horror arrincona a la poesía y solo deja espacio para una poética de la tragedia. No exagero. Decir lo contrario no es más que la aceptación de los síntomas de una enfermedad secular: nos acostumbramos a la muerte, la naturalizamos y, además, somos capaces de encontrarles justificación incluso a las formas más horrendas del crimen. Lo peor es que la sensibilidad solo parece fijarse en la monumentalidad del horror y parecemos ajenos a la cotidianidad con la que a diario se prepara la argamasa para construir la escultura monumental a la muerte.

                                                                                                                              Read more!

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                                                                                                                              Apenas había acabado el funeral de los cinco menores de Llano Verde, en Cali, cuando la nación se enteró del asesinato de ocho jóvenes en un área rural del municipio de Samaniego, en el departamento de Nariño, al sur del país. Un grupo armado, dotado de armas largas, llegó disparando indiscriminadamente a varias personas que se encontraban en una reunión social, y huyó en motocicletas. Pero claro, la atención nacional que merecen estas terribles tragedias tiene que competir con el comunicado de una ex primera dama que durante la administración de su marido —incluso en los momentos más controversiales— se mantuvo tan discreta como una polilla revoloteando en la bombilla encendida de una casa abandonada, pero ahora decide defenderlo con una emotiva carta en la que parece haber citado toda su biblioteca. Y no solo con eso, sino con el descaro de una reconocida revista que ofrece su plataforma virtual al marido de la dama discreta —que tiene detención preventiva domiciliaria por un proceso ante la Corte Suprema de Justicia— para que se defienda y lance todo tipo de acusaciones en su delirante verborrea. Por supuesto, las periodistas que lo entrevistan, como todos sus acólitos, se dirigen a él llamándolo “presidente”.

                                                                                                                              A propósito de mi pasada columna, una amiga me escribió diciéndome:

                                                                                                                              Read more!

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                                                                                                                              —A mí también —le contesté—, pero en este país matan. La lluvia puede esperar.

                                                                                                                              En estos días lluviosos quisiera escribir sobre la nostalgia de dormir arrullado por el estruendo de un aguacero cayendo sobre un techo de zinc, sobre la gracia de la lluvia y la musicalidad de su goteo, sobre mi diálogo improbable con la pareja de canarios que se posaron esta mañana frente a mi balcón, o sobre Mercedes Barcha —“el cocodrilo sagrado”— y su vocación para domar silenciosamente a ese monstruo literario balanceándose en su mecedora como una matrona del Caribe. Pero no. Aquí matan a la gente. Aquí el horror arrincona a la poesía y solo deja espacio para una poética de la tragedia. No exagero. Decir lo contrario no es más que la aceptación de los síntomas de una enfermedad secular: nos acostumbramos a la muerte, la naturalizamos y, además, somos capaces de encontrarles justificación incluso a las formas más horrendas del crimen. Lo peor es que la sensibilidad solo parece fijarse en la monumentalidad del horror y parecemos ajenos a la cotidianidad con la que a diario se prepara la argamasa para construir la escultura monumental a la muerte.

                                                                                                                              Read more!

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                                                                                                                              Apenas había acabado el funeral de los cinco menores de Llano Verde, en Cali, cuando la nación se enteró del asesinato de ocho jóvenes en un área rural del municipio de Samaniego, en el departamento de Nariño, al sur del país. Un grupo armado, dotado de armas largas, llegó disparando indiscriminadamente a varias personas que se encontraban en una reunión social, y huyó en motocicletas. Pero claro, la atención nacional que merecen estas terribles tragedias tiene que competir con el comunicado de una ex primera dama que durante la administración de su marido —incluso en los momentos más controversiales— se mantuvo tan discreta como una polilla revoloteando en la bombilla encendida de una casa abandonada, pero ahora decide defenderlo con una emotiva carta en la que parece haber citado toda su biblioteca. Y no solo con eso, sino con el descaro de una reconocida revista que ofrece su plataforma virtual al marido de la dama discreta —que tiene detención preventiva domiciliaria por un proceso ante la Corte Suprema de Justicia— para que se defienda y lance todo tipo de acusaciones en su delirante verborrea. Por supuesto, las periodistas que lo entrevistan, como todos sus acólitos, se dirigen a él llamándolo “presidente”.

                                                                                                                              A propósito de mi pasada columna, una amiga me escribió diciéndome:

                                                                                                                              Read more!

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                                                                                                                              —A mí también —le contesté—, pero en este país matan. La lluvia puede esperar.

                                                                                                                              Ver todas las noticias
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