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                                                                                                                              Una verdad explosiva de Frechette, el ‘gringo maluco’

                                                                                                                              Lo más interesante del libro del notable periodista Gerardo Reyes donde ‘Frechette se confiesa’, es que si al lector le diera por ponerse de detective descubriría en sus páginas más de una verdad altamente explosiva.

                                                                                                                              El ex embajador de Estados Unidos en Colombia durante el gobierno de Ernesto Samper le habla a Pedro para que entienda Pablo, y en ciertos temas es más lo que oculta adrede que lo que cuenta, pero va dejando pistas sobre asuntos cuyos velos no puede descorrer del todo, quizá por haberse enterado de ellos en condición de diplomático.

                                                                                                                              Siguiendo el orden del libro, lo primero que salta a la vista es una revelación sobre Fernando Botero Zea, ministro de Defensa en el gobierno de Ernesto Samper y preso en un batallón del Ejército por lo del proceso 8.000. De él, con su habitual tono de virrey cuenta que “en ciertas cosas hacía exactamente lo que habíamos acordado”. Sin embargo esa no es la revelación, sino cuando deja escapar que “Botero tenía tres amantes en la prisión y a las tres les había dicho que se iba a casar con ellas”. (Pág. 68).

                                                                                                                              Esto es muestra de cómo durante esos años azarosos Frechette fue la persona mejor informada que había en Colombia, al punto de conocer hasta la minucia de lo que conversaba tan encopetado preso en su confortable sitio de reclusión. Y es cuando el capcioso lector se pregunta dos cosas: por qué revela una información tan privada, y cómo hizo para obtenerla. En respuesta al segundo interrogante se atreve uno a sospechar que todo el tiempo estuvieron grabando a Botero, una tarea por cierto muy fácil.

                                                                                                                              Antes de entrar en materia, hay otro tema que también se inscribe en el melodrama: es cuando Frechette cuenta que el entonces ministro del Interior, Horacio Serpa –el mismo que acuñó la expresión ‘gringo maluco’-, y la madre del embajador “se entendieron como palomitas. Un día vino a tomarse el desayuno y empezó a hablar con mi mamá, ella muerta de la risa con los chistes de él. ¡En mi casa con mi mamá!” (Pág. 86). Ahí no para la infidencia, porque en la página siguiente revela que “mi mamá estuvo por ahí dos o tres semanas, creo que se vieron por segunda vez y pasó la misma cosa”. Y aquí de nuevo el lector capcioso se sorprende con ese “creo que”, porque hace pensar que no estaba muy seguro de dónde estuvo la mamá durante los días de su visita, pero sí lo tenían bien ‘dateado’ sobre las cosas que Botero Zea conversaba con sus amantes. Y no lo decimos en plan de mala leche, no, sino para brindar claridad en que cualquier información sobre Colombia que necesitara el representante de la nación más poderosa del mundo, tenía los medios para acceder a ella.

                                                                                                                              Y ahora sí, entremos en materia: lo que en ese libro más llamó la atención de este inoficioso lector está en la página 58, donde Reyes le pregunta a Frechette quién estuvo detrás del asesinato del dirigente conservador Álvaro Gómez Hurtado, y él se refiere a unos militares que “le habían pedido que encabezara un gobierno que sería formado después de un golpe de Estado contra Samper”. Y en lo que podría interpretarse como un lapsus (o como una carga profunda) dice, no a manera de hipótesis sino ya de afirmación: “ellos, los militares jubilados, le pidieron a él que encabezara ese gobierno y él lo ponderó por algún tiempo, le puso cabeza pero finalmente dijo que no, entonces fue que lo mataron. No tan solo por desquitarse por lo que ellos consideraban una traición, sino también para cerrarle la boca. Porque si por alguna razón el gobierno hubiera podido jalarle la lengua, de pronto se van todos ellos al calabozo”.

                                                                                                                              Más adelante menciona al general Harold Bedoya –ex comandante de las Fuerzas Militares- a quien se refiere en estos términos: “¿Se acuerda de la carátula de Semana con el titular Ruido de sables? El general Bedoya, todo eso”. Esa misma carátula -de julio de 1995, cuatro meses antes del asesinato de AGH- la mencionó en entrevista a la W Radio, con una insistencia que pareciera encerrar un acertijo. (Ver entrevista).

                                                                                                                              En este escenario no puede quedar por fuera lo que el 23 de enero de 2015 le respondió Frechette a Juan Carlos Iragorri, de NTN24, ante la misma pregunta de Reyes: “Creo que fueron algunos derechistas y militares los que pensaron en eso, quienes habían hablado con Álvaro Gómez de un posible golpe que se venía discutiendo mucho en Bogotá”. (Ver entrevista).

                                                                                                                              La diferencia entre una y otra versión reside en que en la primera entrevista –la de Iragorri- se refiere a “algunos”, mientras en la de Reyes ya habla de “los militares jubilados”, y hasta donde sabemos “los” militares retirados están agrupados en ACORE, Asociación Colombiana de Oficiales en Retiro de las Fuerzas Militares, de la que el general Bedoya hoy forma parte en condición de jubilado.

                                                                                                                              Si quisiéramos meterle mayor intriga a la trama desplegada por el embajador, basta ir a la página 109, donde afirma que a su embajada “llegó una persona bastante distinguida de la sociedad colombiana y me dijo embajador, ¿cuál sería la reacción de Estados Unidos si hubiera un golpe contra Samper”? La única debilidad que presenta el libro de Gerardo Reyes es que olvidó preguntarle a su entrevistado quién fue tan anónimo y misterioso personaje, pues ahí podríamos estar ante el eslabón perdido que enlazaría el crimen de Álvaro Gómez con sus verdaderos autores.

                                                                                                                              La impresión final que deja la lectura de ‘Frechette se confiesa’ es que él sabe quiénes fueron los que asesinaron a Álvaro Gómez, pero no puede revelarlo. Y es por ello que prefiere dejar ciertos cabos sueltos, como sin querer queriendo, a ver si un día de estos aparece un Fiscal General de la Nación bien corajudo, sin veleidades políticas, que le dé por unir esos cabos (o generales, si es el caso), y enrumbar la investigación por donde debe ser.

                                                                                                                              Duélale a quien le duela, hasta llegar a la verdad.

                                                                                                                              En Twitter: @Jorgomezpinilla
                                                                                                                              http://jorgegomezpinilla.blogspot.com.co/ 

                                                                                                                              Read more!

                                                                                                                              Lo más interesante del libro del notable periodista Gerardo Reyes donde ‘Frechette se confiesa’, es que si al lector le diera por ponerse de detective descubriría en sus páginas más de una verdad altamente explosiva.

                                                                                                                              El ex embajador de Estados Unidos en Colombia durante el gobierno de Ernesto Samper le habla a Pedro para que entienda Pablo, y en ciertos temas es más lo que oculta adrede que lo que cuenta, pero va dejando pistas sobre asuntos cuyos velos no puede descorrer del todo, quizá por haberse enterado de ellos en condición de diplomático.

                                                                                                                              Siguiendo el orden del libro, lo primero que salta a la vista es una revelación sobre Fernando Botero Zea, ministro de Defensa en el gobierno de Ernesto Samper y preso en un batallón del Ejército por lo del proceso 8.000. De él, con su habitual tono de virrey cuenta que “en ciertas cosas hacía exactamente lo que habíamos acordado”. Sin embargo esa no es la revelación, sino cuando deja escapar que “Botero tenía tres amantes en la prisión y a las tres les había dicho que se iba a casar con ellas”. (Pág. 68).

                                                                                                                              Esto es muestra de cómo durante esos años azarosos Frechette fue la persona mejor informada que había en Colombia, al punto de conocer hasta la minucia de lo que conversaba tan encopetado preso en su confortable sitio de reclusión. Y es cuando el capcioso lector se pregunta dos cosas: por qué revela una información tan privada, y cómo hizo para obtenerla. En respuesta al segundo interrogante se atreve uno a sospechar que todo el tiempo estuvieron grabando a Botero, una tarea por cierto muy fácil.

                                                                                                                              Antes de entrar en materia, hay otro tema que también se inscribe en el melodrama: es cuando Frechette cuenta que el entonces ministro del Interior, Horacio Serpa –el mismo que acuñó la expresión ‘gringo maluco’-, y la madre del embajador “se entendieron como palomitas. Un día vino a tomarse el desayuno y empezó a hablar con mi mamá, ella muerta de la risa con los chistes de él. ¡En mi casa con mi mamá!” (Pág. 86). Ahí no para la infidencia, porque en la página siguiente revela que “mi mamá estuvo por ahí dos o tres semanas, creo que se vieron por segunda vez y pasó la misma cosa”. Y aquí de nuevo el lector capcioso se sorprende con ese “creo que”, porque hace pensar que no estaba muy seguro de dónde estuvo la mamá durante los días de su visita, pero sí lo tenían bien ‘dateado’ sobre las cosas que Botero Zea conversaba con sus amantes. Y no lo decimos en plan de mala leche, no, sino para brindar claridad en que cualquier información sobre Colombia que necesitara el representante de la nación más poderosa del mundo, tenía los medios para acceder a ella.

                                                                                                                              Y ahora sí, entremos en materia: lo que en ese libro más llamó la atención de este inoficioso lector está en la página 58, donde Reyes le pregunta a Frechette quién estuvo detrás del asesinato del dirigente conservador Álvaro Gómez Hurtado, y él se refiere a unos militares que “le habían pedido que encabezara un gobierno que sería formado después de un golpe de Estado contra Samper”. Y en lo que podría interpretarse como un lapsus (o como una carga profunda) dice, no a manera de hipótesis sino ya de afirmación: “ellos, los militares jubilados, le pidieron a él que encabezara ese gobierno y él lo ponderó por algún tiempo, le puso cabeza pero finalmente dijo que no, entonces fue que lo mataron. No tan solo por desquitarse por lo que ellos consideraban una traición, sino también para cerrarle la boca. Porque si por alguna razón el gobierno hubiera podido jalarle la lengua, de pronto se van todos ellos al calabozo”.

                                                                                                                              Más adelante menciona al general Harold Bedoya –ex comandante de las Fuerzas Militares- a quien se refiere en estos términos: “¿Se acuerda de la carátula de Semana con el titular Ruido de sables? El general Bedoya, todo eso”. Esa misma carátula -de julio de 1995, cuatro meses antes del asesinato de AGH- la mencionó en entrevista a la W Radio, con una insistencia que pareciera encerrar un acertijo. (Ver entrevista).

                                                                                                                              En este escenario no puede quedar por fuera lo que el 23 de enero de 2015 le respondió Frechette a Juan Carlos Iragorri, de NTN24, ante la misma pregunta de Reyes: “Creo que fueron algunos derechistas y militares los que pensaron en eso, quienes habían hablado con Álvaro Gómez de un posible golpe que se venía discutiendo mucho en Bogotá”. (Ver entrevista).

                                                                                                                              La diferencia entre una y otra versión reside en que en la primera entrevista –la de Iragorri- se refiere a “algunos”, mientras en la de Reyes ya habla de “los militares jubilados”, y hasta donde sabemos “los” militares retirados están agrupados en ACORE, Asociación Colombiana de Oficiales en Retiro de las Fuerzas Militares, de la que el general Bedoya hoy forma parte en condición de jubilado.

                                                                                                                              Si quisiéramos meterle mayor intriga a la trama desplegada por el embajador, basta ir a la página 109, donde afirma que a su embajada “llegó una persona bastante distinguida de la sociedad colombiana y me dijo embajador, ¿cuál sería la reacción de Estados Unidos si hubiera un golpe contra Samper”? La única debilidad que presenta el libro de Gerardo Reyes es que olvidó preguntarle a su entrevistado quién fue tan anónimo y misterioso personaje, pues ahí podríamos estar ante el eslabón perdido que enlazaría el crimen de Álvaro Gómez con sus verdaderos autores.

                                                                                                                              La impresión final que deja la lectura de ‘Frechette se confiesa’ es que él sabe quiénes fueron los que asesinaron a Álvaro Gómez, pero no puede revelarlo. Y es por ello que prefiere dejar ciertos cabos sueltos, como sin querer queriendo, a ver si un día de estos aparece un Fiscal General de la Nación bien corajudo, sin veleidades políticas, que le dé por unir esos cabos (o generales, si es el caso), y enrumbar la investigación por donde debe ser.

                                                                                                                              Duélale a quien le duela, hasta llegar a la verdad.

                                                                                                                              En Twitter: @Jorgomezpinilla
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