En una entrevista de RCN Radio, el exalcalde de Bucaramanga Rodolfo Hernández afirmó: “Yo soy seguidor de un gran pensador alemán que se llama Adolfo Hitler”. Cuando los periodistas reaccionaron con estupor, Hernández, como si no fuera la primera vez que debía explicar semejante afirmación, admitió: “Sí, sí. Hitler fue un asesino, yo sé”. O sea, sabía perfectamente de quién estaba hablando. Después trató de lavarse las manos, diciendo que en verdad se refería a Einstein. Pero, al confirmar que su admiración era por un asesino y no por un científico, quedó claro que esa disculpa era una descarada mentira.
La gente suele aceptar ciertos defectos de su candidato si este logra resultados positivos. Pero, ojo con eso. Los resultados positivos de un presidente a la larga terminan siendo negativos si no vienen acompañados de una actitud de respeto y de una política de tolerancia e inclusión. Y terminan untados de sangre.
Así pasó en EE. UU. La gente, seducida por las promesas de Trump, empezando por la reducción de impuestos, lo apoyó hasta el suicidio, incluyendo el sangriento asalto al Capitolio Nacional y su trágico saldo de muertos y heridos. En Colombia pasó con el gobierno de Álvaro Uribe. La gente estaba feliz de volver a sus fincas, que regresara la inversión extranjera y que bajaran los índices de violencia, pero no quiso ver los excesos que había detrás de esos resultados, incluyendo el seguimiento a magistrados, el convertir el DAS en un fortín criminal y muchos otros delitos atroces, concluyendo con el peor de todos, que fueron los falsos positivos.
Seamos claros: no todo lo dicho en una campaña es válido o relativo. No todo es “según se mire”, “así es la política” y “perdón, me equivoqué”; hay frases que delatan una esencia infame y, una vez dichas, no se pueden ignorar ni aceptan retorno. En medio de tanto ruido es fácil pasar por alto lo inadmisible. Y lo más inadmisible es que alguien profese su admiración por uno de los mayores genocidas de la historia. Más en Colombia, con toda la violencia que ha sufrido. Si estamos dispuestos a aceptar ese tipo de líder, entonces cuando vengan por nosotros o nuestros hijos, a fin de lograr buenos resultados, o frenar la subversión, o purificar la raza o lo que sea, no nos podremos quejar. Lo habremos permitido.
Me dicen que parezco obsesionado con este ingeniero. No lo estoy. No me obsesiona este Donald Trump criollo sino la extrema violenta, de derecha o de izquierda, que se presenta inofensiva en campañas y reuniones, pero que tan pronto tiene poder desata la barbarie. Colombia ha sufrido demasiado por eso. Hernández es una figura patética, que se jacta de macho, pero carece de la hombría de aceptar las consecuencias de sus palabras. El machismo sólo deja estragos, y este personaje encarna todos los valores invertidos de nuestro país. Un hombre que se ufana de maltratar, que confunde ser frentero con ser grosero, que confunde ser firme con ser violento y que cree que agredir a quien piensa distinto es una prueba de virilidad. Alguien así no inspira respeto sino desprecio.
Además, genera preguntas. ¿Qué opina la comunidad judía de esto, por ejemplo? ¿Qué opina la comunidad internacional?
Porque en Alemania quien alaba a Hitler en público va a la cárcel. Pero en Colombia es candidato presidencial.