A veces sorprende la noción del país que tienen ciertos jóvenes de hoy, porque está marcada por el desconocimiento no de los hechos, sino de las vivencias. Muchos de ellos, con edad de votar, no vivieron las últimas décadas del siglo pasado, que fueron de las más violentas de nuestra historia moderna. Y a veces eso se nota en sus juicios políticos.
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A veces sorprende la noción del país que tienen ciertos jóvenes de hoy, porque está marcada por el desconocimiento no de los hechos, sino de las vivencias. Muchos de ellos, con edad de votar, no vivieron las últimas décadas del siglo pasado, que fueron de las más violentas de nuestra historia moderna. Y a veces eso se nota en sus juicios políticos.
En ese tiempo sólo podíamos soñar con la realidad de otros países, donde secuestros, masacres, sicarios, asaltos a poblaciones, bombas en oleoductos y en torres de energía, homicidios, magnicidios, carros bomba, burros bomba, collares bomba, niños bomba, minas quiebrapatas, reclutamiento forzoso de menores, torturas con sopletes y mutilaciones con machetes y motosierras eran impensables. Con una sola explosión, las Farc mataron a 75 personas en la iglesia de Bojayá en el Choco, la región más mísera del país, y entre ellas había 45 niños. Y los paramilitares estaban matando tanto, que su mayor problema era deshacerse de los cadáveres, así que organizaron sesiones de entrenamiento para enseñarle a su gente a descuartizar los cuerpos para meterlos de prisa en los huecos que cavaban en la tierra. Pero esas sesiones ni siquiera las hacían con los muertos, sino con gente viva. Y dado que las motosierras se les enredaban en las prendas de la ropa, utilizaban machetes para desmembrar a las personas que daban alaridos.
En ese tiempo no se entendía la escasez de marchas de protesta en el país. Con tanto juez y periodista asesinado, y tanta bomba y tanta masacre, el pueblo, se decía, debía protestar con frecuencia. La explicación era sencilla y a la vez desalentadora. Para denunciar en masa cada muerte violenta que ocurría en el país, habría que salir a la calle 80 o 90 veces todos los días. Más de 30.000 personas morían violentamente en el país al año. Bastaba comparar nuestro caso con el de otros países menos violentos. La nación europea que más ha sufrido el secuestro tras la Segunda Guerra Mundial es Italia, en parte por ajustes de cuentas internas de la mafia. Desde de los años 50, Italia ha sufrido unos 800 plagios en total. Colombia, en cambio, padecía tres o cuatro veces esa misma cantidad cada año. Al sumar los habitantes de Austria, Bélgica, Costa Rica, Nueva Zelandia, Suecia y Suiza, eso equivalía a la población de Colombia, pero mientras que en esas naciones ocurrían 1.150 homicidios al año, en Colombia padecíamos más de 20.000. Todos recuerdan el conflicto de Irlanda del Norte, que duró 36 años y les costó la vida a 3.500 personas. Eso era la décima parte de las muertes violentas que sucedían en Colombia cada año.
Tuvimos cuatro candidatos presidenciales asesinados en una sola elección. Y el gentil futbolista Andrés Escobar fue baleado por meter un autogol. Y el brillante Jaime Garzón fue asesinado por ser gracioso. Cuando Colombia le ganó a Argentina 5-0, hubo 82 muertos violentos. Y un partido político completo, la Unión Patriótica, fue borrado a tiros. Hubo masacres reportadas en los noticieros matutinos de Bogotá que ni siquiera se mencionaban en los informativos de la noche, porque la tragedia había sido sepultada bajo la avalancha de otras igual de atroces pero más recientes. En un mismo día.
Así que no olviden nuestra historia reciente, muchachos. Para no correr el riesgo de repetirla.