Desde 1927 la revista Time elige al personaje del año. Además de benefactores de la humanidad, por ahí han desfilado infames como Hitler, Stalin, Jomeini y Putin. En la edición de 2007 el escogido fue You (sí, usted). La portada era una pantalla de computador impresa en papel reflectante que –en genial recurso de edición– permitía que apareciera la imagen del lector: Usted, quien transforma y “controla la Edad de la Información. Bienvenido a su mundo”.
En su editorial la revista celebraba la nueva era: seres anónimos alrededor del mundo protagonistas de la “democracia digital”, gracias a la capacidad de generar ellos mismos contenidos difundidos globalmente a través de internet. Desde entonces era evidente que el periodismo había perdido ya la exclusividad de ofrecerles información a las masas.
A propósito de esa elección, en la misma revista se publicó una entrevista con dos de los creadores de YouTube, que en 2006 había sido vendida a Google en 1.65 billones de dólares. La romántica primavera libertaria creada por genios digitales les abría paso a gigantes tecnológicos que cambiarían la política, la economía y la vida personal.
En este contexto, 20 años después las audiencias cada vez están más atrapadas en (y por) las redes sociales. Los contenidos se diseminan sin control; la atomización de la verdad. Basta un teléfono inteligente en manos de un fanático. En muchos países, Twitter y Facebook han cambiado el curso previsible de los procesos electorales, casi siempre de manera fatal.
Hoy conviven tantas fuentes de información y de opinión que es demasiado complejo determinar la extensión y profundidad de su influencia en el acontecer social. Al respecto no existe una métrica confiable. Por lo pronto es evidente que, como se demostró con el estallido social en medio de la pandemia, el Estado y las instituciones cada vez tienen menos capacidad de amortiguar el impacto de las redes sociales, lo cual debilita las instituciones democráticas.
En medio de la perplejidad y la confusión, entre tantas noticias y escándalos, hay que plantear seriamente si de verdad las audiencias son tan tontas y los medios tan perversos, o si simplemente nuestra realidad política se volvió inenarrable.
@jcgomez_j