El círculo burócrata

Juan David Ochoa
03 de junio de 2017 - 02:00 a. m.

El escándalo nacional, que siempre cambia de rostro y de disfraz desde que el tiempo es tiempo en esta historia de guerras fragmentadas, ahora se concentra en la dilatación de la entrega de armas por las Farc y en el letargo logístico del Estado para concretar y hacer práctica la retórica de los acuerdos. Pero las fallas de las partes, acusadas unas y otras de traición al pacto y al juramento que prometieron pomposamente en los papeles firmados, provienen de una falla mayor; la anomalía histórica y centenaria que dibuja la geometría de este país vesánico con la forma de un círculo: la burocracia estatal que termina convirtiendo siempre una esperanza seria en un esperpento.

Fue la misma burocracia la que hizo estallar las bombas del conflicto en las zonas que el Estado nunca supo que tenía, y en las que nunca hizo presencia por simple y llana incompetencia, o por cretinismo, el otro rostro de la infamia del poder que simula torpeza para justificar la inocencia de sus desastres. Fue en esos años de iniciación histórica cuando el campo hizo implosión por abandono y declaró su confrontación al centralismo que reducía los recursos a los intereses de los despachos que tuvieron el delirio de pertenecer a un abolengo de urbanidad y vanguardismo, aunque en el mismo trámite de sus papeles se demoraran otros siglos para cumplirse.

Así fue como el retorcido cliché del incumplimiento, un pleonasmo entre los términos de la política colombiana, pasó a ser oficial y un adefesio tomado por natural entre las gestiones que por estatutos y sentido común deben responder a plazos lógicos de ejecución. No hizo nada el Estado con sus territorios y no lo hace ahora, cuando una guerra causada por los mismos argumentos ha terminado, y se ha concentrado en 26 zonas veredales esperando una verificación que no concluye, y no concluye porque aún no están construidas en su totalidad, y no hay comités suficientes para una revisión básica. Por eso las Farc, zorros viejos en el arte del engaño y vástagos directos del Estado estéril, no entregan las armas aún. Saben que no pueden ceder su último recurso entre una ineficacia peligrosa, cuando otras sombras aparecen sobre el ruido y el desorden para aprovechar las grietas de la confusión y asestar sus festines de sangre.

Con toda la brutal inmensidad del poder estatal y su inversión en todo lo posible, solo puede entenderse su incapacidad desde su patología eterna: su circular burocracia, una maraña de protocolos inútiles que depende en un proceso kafkiano de otras puertas de despachos inútiles que firman documentos obvios para el progreso de lo cotidiano.

Al final de la hora límite, la Presidencia firma un vendaval de decretos y proyectos de implementación, cuando debían estar firmados en diciembre, previo al traslado de las tropas desmovilizadas a las zonas que aún hoy, junio de un año más de la postergación, no tienen luz, ni agua, ni sustentos básicos de infraestructura. Un adefesio de logística y planeación sin nombre que, de tanto alargarse en la desfachatez, alcanza en el tiempo el punto primario del círculo, el mismo punto de la guerra en el que todo inició por omisión, ineptitud y torpeza.

Temas recomendados:

 

Sin comentarios aún. Suscribete e inicia la conversación
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta política.
Aceptar