Cuando se estudia la lógica de la guerra en Colombia se comprende que son diversas las causas que la nutren y diversas también las variables que permiten explicarla.
Se ha intentado descifrar la génesis del conflicto y de su perpetuación en el acceso difícil a la tierra, en la desigualdad económica, en las inmensas injusticias sociales… Y una de las explicaciones recurrentes ha sido también la de la ausencia del poder estatal en distintas regiones del país. Un fenómeno análogo ayuda a explicar, hasta cierto punto, el éxito que tuvo el Nacionalsocialismo a la hora de encontrar seguidores y adeptos. Hannah Arendt, en su estudio sobre el totalitarismo, lo explica de este modo: los nazis, dice, no asesinaron figuras prominentes, como había ocurrido durante la primera oleada de crímenes políticos en Alemania –valga señalar los casos de Walther Rathenau o de Matthias Erzberger– que se perpetraron en el período de entreguerras con el fin de desestabilizar al gobierno tras la firma del Tratado de Versalles. Los nazis, mediante el asesinato de pequeños funcionarios socialistas o miembros influyentes de los partidos adversarios, intentaron demostrar a la población los peligros que implicaba la mera afiliación a los partidos tradicionales. Entonces resultó claro para la población que el poder de los nacionalsocialistas era mayor que el de las autoridades y que resultaba más seguro ser un miembro de un grupo paramilitar nazi que un republicano leal.
Esta es la misma lógica que siguen tantos jóvenes en zonas del país en las que el Estado colombiano no ha querido o no ha podido consolidar una presencia efectiva y real. Muchos estudios de la ciencia política en nuestro país, intentando desentrañar las causas y la lógica de la guerra, muestran, en efecto, que no son pocos los que terminan enrolados en alguna de las bandas armadas que plagan el territorio porque en ellos encuentran ciertos mínimos (vestimenta, alimentos, cierta atención en salud y, en ocasiones, hasta seguridad) que ni la familia ni el Estado pueden proveer en regiones apartadas de Colombia.
Se entiende entonces que cuando tantos políticos y líderes claman por una presencia estatal efectiva en las regiones no están apelando a una retórica vacía ni se están valiendo de una demagogia fácil, sino llamando la atención sobre una de las fallas históricas del Estado colombiano que ha hecho que se pierda tanto país en la periferia. Por muchas razones, claro, pero sobre todo por causa de la ausencia estatal.