Atalaya

La soledad de los moribundos

Juan David Zuloaga D.
09 de abril de 2020 - 05:00 a. m.

De todas las dificultades, todas las tristezas y todas las precariedades que sacó a la superficie la pandemia que ahora diezma la humanidad y que vino a poner en entredicho el inestable equilibrio que compone la vida social, quizás la más triste y devastadora de todas sea la de la soledad.

Acostumbrados al ritmo delirante de los móviles días, apenas si nos percatábamos de los otros, del otro, y, de entre ellos, de los que solitarios llegaban al atardecer de sus vidas. El entramado social, las familias grandes, la vida en comunidad que aún existe en estos países del sur no nos había dejado advertir que la soledad ya se había instalado en muchos hogares. En los países del norte, en donde el individualismo es escudo y es trinchera, la soledad es en ocasiones la única y la última compañía de los viejos. Y tiene que venir el hedor inmundo de la muerte a despertar la solidaridad y la postrera –y ya vana– simpatía de los vecinos a sacarlos de sus casas y de sus albergues para enterrarlos.

El problema es serio, y triste. No hace mucho el Reino Unido creó un Ministerio de la Soledad para darles auxilio, compañía y consuelo a todos los que no tienen. Hay una soledad tan solitaria, hay una soledad tan profundamente indecible, tan desaforadamente inenarrable, tan desolada… Yo no sé. Hay una soledad, lector, que te apabulla y que, en medio de la noche, bajo las terribles incertidumbres del despojado paisaje te sume, más aún, en la fractura de tu aislamiento y de tu precipicio; hay una soledad que te grita y casi te toca, una soledad que espanta…

Y ahora, en medio del confinamiento, quizás asediados por ideas desoladoras y ansias de muerte, vienen estas mismas ideas a poblar las mentes de quienes, en este mundo, no tienen más que la triste, la perra soledad.

En estas semanas en las que la peste de nuevo se enseñoreó del mundo, hemos visto personas morir de hambre y de cansancio, morir de impotencia y de enfermedad. Pero hemos visto a otros, tumbados en las calles, sin nadie que los asista ni los socorra, sin nadie que los pregunte ni que de ellos se conduela, los hemos visto, amigos míos, morir de soledad.

atalaya.espectador@gmail.com, @D_Zuloaga

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