Atalaya

Reunión 7:00 a. m.

Juan David Zuloaga D.
23 de agosto de 2018 - 09:15 a. m.

Rezago tenaz de la condición rural de este país es el vicio irrefrenable de programar reuniones de trabajo a las siete de la mañana.

En mi larga y cruda experiencia —pues esas citas en Colombia comienzan desde la tierna infancia con las clases del colegio— he observado que quienes no tienen nada más que hacer son los más entusiastas a la hora de programar las reuniones a tan impresentable hora. Proponen, con todo el denuedo del caso y sin que se les caiga la cara de la vergüenza, que las reuniones deben programarse a las siete de la mañana, y a continuación, con cara adusta y semblante de responsabilidad, para prestarle más importancia y credibilidad a su aserto, espetan una serie de vulgaridades y de lugares comunes: “Al que madruga Dios le ayuda”, “así nos rinde más el día”, etcétera. Como si por el hecho de madrugar conociera el tiempo una elasticidad que les hubiera sido negada a todos los habitantes del resto del planeta Tierra; como si por el hecho de madrugar amaneciera más temprano.

Parece como si todas las reuniones se organizaran para comprar leche o para vender huevos. Como si aquí no hubiera, o no pudiera haber, macrorruedas de negocios para la venta de computadores o de sistemas de informática, para la importación de automóviles o la fabricación de zapatos... No, aquí todos los trabajos —y las reuniones, sobre todo las reuniones— se hacen y se tienen que hacer a primera hora de la mañana, porque vivimos en un país en el que las siete de la mañana ya es tarde.

Al respecto hay auténticas aberraciones en Colombia, como la clase de seis de la mañana en ciertas universidades o las citas que se dan en algunos despachos oficiales, ¿cómo no?, “a primera hora de la mañana”. Siempre he creído, en cambio, que esas reuniones de trabajo debieran hacerse a última hora de la tarde, para permitirles trabajar a los miembros del grupo que el entusiasta congrega con tanta urgencia. Trabajar, precisamente, en las horas de la mañana y en el transcurso del día para que, al caer la tarde, nos reunamos a tomar tinto y a contarnos en qué avanzamos y cuáles son las conclusiones que arroja la jornada de trabajo; cuando ya la cabeza no puede pensar, pero todavía se puede departir y se puede charlar.

Me viene la inquietud, en todo caso, de cómo es posible que, madrugando tanto los colombianos, muestren, no obstante, tan poco rendimiento y tan baja productividad (comparado, claro está, con los otros países del continente y del mundo). Y aquí paro estas reflexiones porque son las cuatro de la mañana y mañana tengo reunión a las 7 a. m.

@Los_atalayas

atalaya.espectador@gmail.com

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