Lo que nos parece justo

Juan Felipe Carrillo Gáfaro
18 de mayo de 2020 - 07:19 p. m.

En las últimas semanas, he ido confirmando que, salvo contadas excepciones, una buena parte de lo que se dice en las columnas de opinión termina siendo una acumulación de información que en muchas ocasiones no genera el impacto que debería para generar debate, invitar a la reflexión y sobre todo luchar por lo que nos parece justo.

Me gustaría intentar revertir esta tendencia, de la cual también hago parte, haciendo eco de las columnas de la semana pasada de Catalina Ruiz-Navarro en el EE y de Ricardo Silva en El Tiempo, cuyos contenidos comparto en su totalidad. Ruiz-Navarro evoca con precisos detalles el absurdo e inhumano caso de la señora celadora Eddy Fonseca, quien quedó retenida contra su voluntad, en condiciones degradantes, en un edificio de Rosales. De milagro, como lo explica la columnista, la señora no falleció. Silva hace alusión a la estructura clasista en la que siempre hemos vivido, expresando también su indignación con el caso de la señora Fonseca y explicando, desde una fugaz perspectiva histórica, dónde se origina en parte ese clasismo inherente a nuestra cultura.

Para terminar, en la Redacción al desnudo de la semana pasada, el director de EE se cuestiona sobre si el periódico debió dar la dirección del edificio donde sucedieron los hechos, tras las críticas recibidas por supuestamente haber querido proteger a ese grupo de vecinos de “clase alta” al omitir ese detalle. El mismo EE cayó en la trampa, como lo reconoce el director en el video, al colocar una foto de un edificio más “sencillo” para ilustrar la noticia. Al final, F. Cano pregunta a los lectores si consideran que EE debió haber sido más preciso y los invita a comentar sobre lo sucedido.

El problema, como lo afirma Silva, “es que esta pobreza ha sido una artesanía para los oficinistas del poder”. Esto explica en parte que la situación vivida por la sra. Fonseca apenas sorprenda y termine siendo reducida a otra de esas típicas injusticias a las cuales nuestra sociedad nos tiene acostumbrados. Y el problema es ese: el clasismo está tan anclado en la mentalidad y en la estructura de nuestra conciencia colectiva que casos como este no generan la indignación suficiente para hacerles ver a los responsables que su comportamiento ha sido criminal. Hace bien Ruiz-Navarro en recordarnos que “estas violaciones de derechos juntas tienen un nombre: trata de personas” y en poner el dedo en la llaga sobre las acciones de esos que creen que al “tenerlo todo” pueden hacer cualquier cosa con los demás (Ruiz-Navarro: “El presidente del consejo del edificio le dijo en la ambulancia que Fonseca ‘lo estaba metiendo en un problema’”).

Estas dos columnas deberían ser un llamado de alerta y el símbolo de lo que la pandemia ha hecho cada vez más evidente: las desigualdades sociales en Colombia no solo son un problema de recursos, sino también de códigos culturales, de una educación destartalada en términos éticos, de una falta de reconocimiento por personas como la sra. Fonseca y por su trabajo.

Para contribuir al debate sugerido en EE, creo que la discusión no es si se deba colocar o no la dirección del edificio de Rosales. En el fondo, en un país como el nuestro, dar demasiados detalles sobre una situación de similar tenor, en ese barrio o en cualquier otro, solo podría generar más violencia. Lo que uno espera como lector es que el periódico siga pendiente de esta noticia y que en un par de días nos cuente cómo sigue la señora, en qué va el proceso y, como lo expresan entrelíneas Silva y Ruiz-Navarro, nos ayude a entender, a través de debates constructivos, qué estamos haciendo para que situaciones como estas no se sigan repitiendo.

@jfcarrillog

 

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