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Por un debate de verdad

Juan Gabriel Vásquez
18 de febrero de 2011 - 03:00 a. m.

EL MATRIMONIO —O DEBERÍA DECIR el concubinato— entre el Partido Conservador y la Iglesia Católica sigue produciendo hijos, y algunos son, como era de esperar, de legitimidad dudosa.

Por este periódico  me entero de que José Darío Salazar estuvo realizando una “gira ecuménica” en el marco de la Asamblea Nacional de la Conferencia Episcopal, y de que su objetivo era “recoger el respaldo” de la Iglesia para la reforma a la Constitución que piensan, él y los suyos, presentar ante el Congreso. El objetivo de la reforma lo conoce ya todo el mundo: prohibir el aborto. Se insertarían en el artículo 11, donde se lee que el derecho a la vida es inviolable y que se prohíbe la pena de muerte, las siguientes palabras: “Se respeta la vida desde la concepción hasta la muerte natural”. Y así, según dice Salazar, estará “interpretando el deseo de la ciudadanía”.

El arrebato demagógico del señor Salazar, o sus autodeclaradas habilidades de intérprete, dejan mucho que desear, sobre todo si uno recuerda que en 1910, cuando la Constitución prohibió la pena de muerte, lo hizo a pesar de los mayores esfuerzos del Partido Conservador y del “deseo” de la ciudadanía colombiana. La “ciudadanía colombiana”: las palabras, en boca de Salazar (y a esto ya nos hemos acostumbrado), suelen corresponder de manera exacta con la “comunidad católica”. ¿No dijo hace unos meses que la Constitución tenía que prohibir el aborto porque Colombia es un país católico? A nadie puede sorprender entonces que en Colombia no se haya dado, no haya podido darse, un debate serio, público e informado sobre el aborto: al más mínimo asomo de un argumento o de una idea, la mitad de nuestros políticos se ha contentado con poner la religión sobre la mesa y considerar que su fe es razón suficiente.

 Y así los colombianos se han quedado sin la información y sin los hechos. Está muy bien que el Partido Conservador defienda las opiniones que quiera, pero no estaría mal que lo hiciera en un debate: que produjera argumentos respetuosos de la complejidad del problema, y que presentara esos argumentos con frases donde no aparezcan las palabras Fe, Dios, Alma, Iglesia o Religión. Y no lo está haciendo: ni está dando argumentos que sean válidos fuera de la fe católica ni está respetando la complejidad del problema. “Se respeta la vida”, diría la Constitución del Partido Conservador; lo que no dice es qué vida se respeta. Desde luego no es la de la madre que corre el riesgo de morir en un parto complicado, ni que tendrá a un hijo aquejado de malformaciones irreversibles, ni que tendrá al hijo de un violador. La vida de esa madre no presenta conflicto ninguno para Salazar, ni para los sacerdotes.

En su argumentación reciente dice Salazar que no lo mueven razones “religiosas sino éticas”. El problema es que ni él, ni el Partido Conservador, ni la Iglesia Católica colombiana, han dado históricamente demasiadas señales de saber dónde termina lo uno y comienza lo otro. Han vivido convencidos —y esto con la ayuda retórica y doctrinaria del Vaticano y de las últimas encíclicas papales— de que no hay ética fuera de la religión. Han vivido convencidos de que la ética y la moral copian los valores de la religión, cuando cualquiera puede confirmar que el proceso fue, y siempre ha sido, más bien a la inversa.

 

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