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La pelea por el centro político

Juan Manuel Ospina
10 de julio de 2014 - 05:06 a. m.

Muchos me miran entre burlones e incrédulos, cuando digo que el espíritu del colombiano es frente nacionalista – pragmático y realista, conciliador y moderado -. ¿Por qué ese escepticismo frente a mi afirmación? Tal vez al no corresponderse con la existencia de una realidad de violencia que hace parte de nuestra cotidianidad, originada en la ausencia de la confrontación incruenta de ideas y de posiciones nacida de ese espíritu conciliador, que permitiría liberar las tensiones, siempre presentes en una realidad social conflictiva por naturaleza.

Y para abundar en argumentos favorables a mi apreciación, está el hecho de que los extranjeros que nos conocen personalmente, no por intermedio de informaciones periodísticas estereotipadas – coca y guerrilla – o por el desgastado Juan Valdés con “el café más suave del mundo”, tienden a coincidir en destacar que la gran fortaleza colombiana es su gente, con su amabilidad, su buena disposición, su alegría y amor a la vida – el baile del gol en el Mundial… -. Colombia parecería ser un ejemplo contundente de cómo la vida es más vibrante, cuando la muerte está más cerca, cuando la parca nos respira en la nuca. Somos como pueblo, como cultura, superiores a la violencia.

Pues bien, si eso es así entonces la caracterización de nuestra alma nacional como “frente nacionalista” se corresponde con nuestro modo de ser. Por eso somos un país donde los proyectos radicales de derecha o izquierda nunca se han consolidado; aún el “furiuribismo” con su autoritarismo personalista, tan ajeno a Colombia, es fruto de una coyuntura específica originada en una guerrilla que en medio siglo no encontró el respaldo popular para hacer la prometida revolución. Y eso a pesar de las desigualdades de todo tipo que nos atraviesan y marcan, de la debilidad histórica de nuestro Estado como guardián y garante del Bien Común, y de la incapacidad del aparato de justicia para velar por el respeto de los derechos de todos.

El realineamiento político que empieza a darse con miras a las elecciones territoriales del año próximo y que recibirá un gran impulso con la firma de los acuerdos de La Habana, anuncia una fuerte disputa por el centro del espectro político, donde se localiza el grueso de la opinión y de los votos, concordante con nuestro espíritu frente nacionalista. El Santismo aspira a adueñarse de él y busca ante todo desalojar al Partido Conservador, con sus vertientes de centro y centro derecha, de ese puesto que ha sido el suyo, como lo consignan su historia y sus estatutos. El objetivo inmediato es presentarlo, junto con el Centro Democrático, como una nueva derecha “que finalmente pone la cara”.

Al Partido Conservador no se le puede, sin faltar a la verdad, integrarlo o mejor confundirlo con el uribismo que es un movimiento conformado por votantes independientes, liberales y… conservadores, la inmensa mayoría de los cuales no son extremistas, son ciudadanos comunes y corrientes provenientes de sectores populares y medios; muchos de ellos, provincianos que miran con desconfianza a los políticos capitalinos pero que se sienten apoyados y reconocidos por una organización que tiene jefe y mando, en donde se habla claro y cuentan con él.

Por lo anterior vale la pena analizar con cabeza fría lo que hoy significan y hacen los uribistas, cuál puede ser su futuro en un escenario cambiante y qué significan para sus electores. Hacerlo permitirá entender mejor el presente y las perspectivas políticas del país. Para ello no hay que ser uribista sino un realista interesado en entender mejor el país. Un análisis que, sin anteojos o prejuicios ideológicos, deberían hacer todas las vertientes políticas, especialmente los conservadores por la razón expuesta de enfrentar la amenaza uribista y santista, de borrarlos del mapa político, para disolverlos en un Centro Democrático convertido en partido de derecha.

Al tiempo el Partido Liberal y sus satélites de la U y Cambio Radical pretenden conformar el centro Santista, alineado con la desgastada “Tercera Vía”, a la par que absorber el centro izquierda por copamiento o neutralización de la naciente convergencia de izquierda democrática que, al igual que el Partido Conservador, debe vigilar para que no sea utilizada por los nuevos centristas y después abandonada.
 

 

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