La política, en manos de los ciudadanos

Juan Manuel Ospina
28 de junio de 2018 - 06:00 a. m.

Hoy en Colombia lo único claro es que la gente de todos los sectores sociales, ricos y pobres pasando por las clases medias, está mamada con la situación que le ha tocado vivir. Hay “mamadez de derecha y de izquierda” por la inseguridad física y económica, por el tratamiento dado a las FARC y por el favoritismo, que siempre es excluyente, con unos superprivilegiados de la riqueza a costa de los demás. En principio todos coinciden en un asunto, su rechazo a la corrupción que podría ser el gran propósito nacional que  convoque a todos sin discriminación alguna; su  punto de arranque podría ser la inane consulta que se votará en los próximos días. Mamadez  que tiene en la crítica “de derecha” el fuerte liderazgo caudillista de Álvaro Uribe y de Gustavo Petro en la de “izquierda”.

La amenaza de liderazgos tan fuertes como el de los dos caudillos mencionados,  es que sus visiones iluminadas y sus ambiciones o intereses personales tengan la pretensión de generar una  dinámica revolucionaria, de “izquierda” o de “derecha”, que desde arriba se le impone  a una población  mamada con lo que vive y  le ofrecen. Es  la lógica de que son ellos, los caudillos, los que saben que es lo mejor para la gente, aunque  lo que proponen muchas veces   obedece más a sus intereses y visiones o ilusiones personales; líderes caudillistas e iluminados que con su comportamiento entran en conflicto directo con lo que debe ser un proceso democrático, construido  de abajo hacia arriba, a partir de la lectura política que sobre el sentir y el querer de amplios sectores ciudadanos  realicen  los dirigentes y las diversas organizaciones, no solo las directamente políticas, que trabajan con la gente y para la gente.

La dinámica de un proceso democrático tiene su motor en el sentimiento y la disposición de una ciudadanía que aun de manera imprecisa y  difusa comprende sin embargo la situación que vive y está dispuesta a  enfrentarla, a  apoyar el proceso de su transformación. La necesidad y posibilidad de que el cambio social se dé nace “del seno del pueblo” para emplear la manida expresión y no  de la  mente o el querer de una persona por carismática o poderosa que sea. La sabiduría o la capacidad política radican en identificar y traducir en propuestas y decisiones políticas esas urgencias ciudadanas, bien diferente a la imposición del querer del caudillo, como sucede frecuentemente y  está sucediendo actualmente en el país.

Es Petro al pretender que los ocho y pico de millones de votos que sacó “son suyos” como dicen los políticos.  Necesita de verdad oír a la gente, no simplemente predicarle  la buena nueva de su propuesta,  supuestamente   la fórmula de la felicidad del prójimo. Por su parte, Uribe y su grupo de incondicionales necesitan por el bien del país, que sus preocupaciones y odios no se vuelvan un lastre para Duque y su presidencia, al anular  la posibilidad de que su gobierno, que podría marcar un necesario relevo generacional con todo lo que esto implica, avance en la transición del país hacia una nueva manera de asumir y ejercer la política, como parece que empieza a suceder,  y así dejar atrás un pasado tenebroso de muerte y violencia, de atropellos de toda índole de los derechos fundamentales y de desconocimiento de la vida, honra y bienes de las personas, especialmente de los débiles y pobres.

A Duque solo le corresponde mirar al futuro, escuchar a la gente, proponer la tarea que el momento reclama y convocar e impulsar a  una Colombia unida en ese propósito, sin lo cual no será posible dejar  atrás el violento siglo XX para, como Nación reconciliada, adentramos en terrenos más amables y progresistas.

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