Atalaya

El riesgo de Rappi

Julián López de Mesa Samudio
30 de abril de 2020 - 05:00 a. m.

Por una pequeña emergencia personal, la semana pasada tuve la posibilidad de recorrer, por primera vez en más de un mes, la avenida 19 entre las calles 147 y 134 en Bogotá. Cuál no sería mi sorpresa al ver un carnaval de domiciliarios a lo largo y ancho de ese corto recorrido. Grupos de hasta veinte personas reunidas en los parques, las esquinas y las entradas de los restaurantes: algunos sentados, otros de pie; algunos, pocos, con tapabocas y los más sin ellos. Otros iban de aquí para allá sin conservar las normas mínimas del distanciamiento, del autocuidado y de la protección requerida para evitar la propagación del virus. Hay que decir que el color que sobresalía abrumadoramente en este dantesco y peligroso cuadro era el naranja de Rappi.

Preocupado por el riesgo del contagio masivo, a través del posible vector de desbordamiento de la infección que representan los más de 25.000 rappitenderos que circulan a diario por Bogotá, lancé un par de trinos señalando el peligro. Unos minutos más tarde la cuenta oficial de la compañía me respondió pidiéndome identificar a los tenderos infractores (para sacarlos de la plataforma) y reiterando el compromiso de la empresa con la salud pública (compromiso que no pasa de las buenas intenciones).

Una de las pocas compañías que no sólo ha mantenido casi incólumes sus actividades durante la pandemia, sino que incluso ha crecido y ganado, a causa de ésta es Rappi y las demás plataformas de domicilios digitales. Hasta el año pasado había más de 100.000 rappitenderos recorriendo las calles de ocho países de América Latina, pero este número se ha incrementado por las actuales circunstancias hasta el punto que, a principios de abril, la compañía había recibido 45.000 solicitudes para “trabajar” allí, pues estaba contratando. Esto permite deducir que sus actividades se han ampliado y que sigue boyante y prosperando.

Sin embargo, la relación entre Rappi y sus tenderos es oscura -por no decir que inexistente- a nivel contractual, y por tanto es poco o nada lo que la compañía puede exigir de quienes no son sus empleados. Así lo manifestó abiertamente Rappi el año pasado en una entrevista del 12 de junio de 2019 para el diario El Tiempo: entre Rappi y los domiciliarios, "No hay ninguna relación de subordinación, no cumplen horario, no tienen exclusividad”.

Al identificar infractores de la cuarentena, lo que hace Rappi es sacarlos de la plataforma y reemplazarlos fácilmente y sin mayores condiciones (pues aunque las ponga, al no haber subordinación, el grado de exigencia y sus consecuencias, son deleznables), por cuantos necesite de la larga lista de solicitantes, sin que con esto se ataque o se conjure de raíz el problema del riesgo que representan los domiciliarios naranja. Básicamente Rappi, en sus actuales condiciones, no puede hacer nada para garantizar que su servicio cumpla con las normas de cuarentena.

Por lo tanto, he decidido, por salud y responsabilidad con los demás, no volver a usar los servicios de Rappi ni de ninguna otra plataforma de domicilios por lo menos mientras se resuelve la crisis del COVID-19. Teniendo en cuenta además la afectación que han sufrido los restaurantes barriales y otros negocios locales, desde hace unos días sólo pido domicilios de estos sitios en la medida en que contraten a sus propios domiciliarios (y por lo mismo, que puedan garantizar un grado de trazabilidad y control adecuados).

@Los_Atalayas, atalaya.espectador@gmail.com

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