En el ejercicio del poder democrático es fundamental ser y parecer. Las formas importan y ayudan a contener el autoritarismo y la bestialidad. Respetarlas no se limita a una liviandad estética, sino a la posibilidad de evitar desgracias despóticas. El qué dirán no les preocupa a los dictadorzuelos ni a los corruptos.
En la historia reciente, esa tradición de las formas se rompió en Colombia cuando el uribismo decidió perpetuarse en el poder. Lo sucedido con Yidis y Teodolindo no fue propiamente estético. Fue tan antiético como las chuzadas a los magistrados de la Corte de Suprema de Justicia, los falsos positivos y los seguimientos del DAS.
Pero, sin justificar las consecuencias de sus obsesiones, el uribismo fundacional al menos tuvo algún interés en refugiarse en el discurso ideológico y en el populismo de derecha. Justificó la reelección en las aparentes formas de la sintonía con el Estado de opinión y los consejos comunitarios desbordaban empatía. El presidente era el pueblo.
No pasó lo mismo con Duque, quien, a pesar de sus formalismos aparentes, se convirtió en un autoritario sin empatía. Es fácil que alguien con un 64 % de desfavorabilidad termine haciendo las cosas a las patadas. Todo vale y nada importa con tal de reivindicar su autoridad fingida, que rubricó con una exagerada firma delante de un Bolívar que parecía avergonzado.
Porque fue a las patadas que sacó a Otoniel del país. El auto del Consejo de Estado levantando la suspensión de su extradición no había llegado a la oficina de prensa de esa entidad cuando ya el narco estaba en el aeropuerto. La velocidad podría ser vista como eficiencia, pero en este caso fueron formas burdas: Otoniel voló a las seis, conveniente itinerario, pues a las ocho de la mañana del otro día Ricardo Calderón y Johana Álvarez, de Caracol TV, tenían cita para entrevistarlo.
Durante tres meses, los periodistas enfrentaron cientos de obstáculos para lograr la entrevista, hasta que un juez determinó que, al negárselas, la Fiscalía estaba vulnerándoles los derechos y libertades de información, prensa y expresión.
No fue la primera vez que se impusieron trabas a que Otoniel hablara. Dos meses antes, también a las patadas, la Dijín se le atravesó a la entrevista del narco con la Comisión de la Verdad, argumentando riesgos de seguridad. Al día siguiente, le robaron los equipos al investigador que acompañaba al comisionado Alejandro Valencia. Un mes después, la Dijín volvió a interrumpir la declaración del líder del Clan del Golfo sobre la violencia en Urabá.
A lo anterior se suman dudas sobre el hecho de que el Consejo de Estado diera vía libre a la extradición argumentando que, cuando el 28 de abril la había suspendido, esta no estaba en firme. Como consta en una resolución del Ministerio de Justicia, ese mismo día se rechazaron los argumentos de la defensa y se ratificó que Otoniel sería extraditado.
Es de celebrar que Otoniel haya sido capturado en un operativo, pero lo sucedido con su extradición genera suspicacias. Porque, contrario a lo que dice Duque, por cuenta del cinismo frente a las formas, el jefe del Clan del Golfo no dirá ninguna verdad ni pagará una condena en Colombia.