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La marca de los que somos

Juliana Muñoz Toro
04 de marzo de 2016 - 05:15 a. m.

Marcas de nacimiento (Salamandra), de la escritora canadiense Nancy Huston, es una historia contada por cuatro niños de seis años, cada uno de generaciones distintas, pero de la misma familia.

El libro comienza por el final, cuando Estados Unidos está mandando tropas a Irak tras los atentados del 9-11, pasa por la lucha entre israelíes y palestinos, hasta que termina en los campos de concentración de la Segunda Guerra Mundial. El cómo se conectan épocas y lugares distintos es uno de los hilos que motivan la lectura.
Son las voces de los niños las que no dejan que sea una novela más de la guerra y sus desastres. Los niños no tienen que ser diplomáticos y eso los hace tan crudos como divertidos: “Si dices la misma palabra un millón de veces, ¿perderá su significado?”. Ellos, o al menos los de este libro, expresan su miedo y quieren entender el mundo en el que se despiertan todos los días para ir al colegio. Escuchan al adulto, pero también lo desobedecen.
 
Este relato nos hace descreer de la llamada “inocencia” de los más pequeños y nos acerca a la profundidad de sus pensamientos y de sus deseos. Mientras los adultos tienen sus luchas, los niños se enamoran. O tienen sus propias peleas. “Cada día tiene su sabor particular de tristeza”, dirán.
 
En la premiada novela de Huston no siempre sus protagonistas nos tienen que gustar. Podemos llegar a odiarlos un poco, así se trate de un niño, y en esa emoción entendemos que las letras han cumplido su objetivo de conmovernos, de llevarnos a otra parte.
 
El título nos da una pista. En cada generación de esta familia, con excepción de una, todos tienen una marca de nacimiento que acompaña y susurra como si fuera la voz de la conciencia. Las marcas son una conexión secreta entre quienes las tienen. Asimismo, las historias se van tejiendo tan cerca que el tiempo se abre y muestra sus distintas capas.
Familia, religión, memoria, pertenencia y guerra son grandes temas que aborda esta novela, pero que se consolidan en la construcción de lo cotidiano. Así como el día en que Randall asiste al funeral de su abuelo y dice: “y ahí es cuando realmente entiendo el significado de la palabra nunca”.
 
O aquella vez cuando la madre se avergüenza de su desnudez: “¿Hubo un día en particular cuando fui muy grande para ver los senos de mi madre? ¿Cómo decidió ella exactamente qué día debería ser ese?”.
 
Al final de la historia me quedé con este pensamiento: la forma de lo que somos ha empezado a tallarse años atrás. Incluso antes de que nosotros mismos existiéramos.
 

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