El enemigo del pueblo

Luis Carlos Vélez
05 de agosto de 2019 - 05:00 a. m.

Jim Acosta es el corresponsal en jefe de la Casa Blanca para CNN, el canal de noticias más importante del mundo. Acosta ha sido uno de los periodistas que más encontrones han tenido con el presidente de EE. UU., Donald Trump. Al mandatario le suelen molestar las preguntas que le hacen y lo sacan de libreto y es ahí donde Jim ha brillado por mantenerse firme, sin groserías, en tratar de obtener respuestas a preguntas que el pueblo norteamericano necesita conocer.

La relación entre la prensa y los poderosos siempre ha sido de gran tensión. Es más, a los oyentes, televidentes y lectores les debería parecer sospechoso el hecho de que hubiera cercanías o preferencias entre periodistas y políticos. Pero ahora, en momentos del auge de las redes sociales, pelearse con la prensa se ha convertido en un juego táctico y con réditos para aquellos que lo hacen.

La experiencia de Acosta durante este tiempo enfrentando a Trump le ha servido para plasmar sus aprendizajes en un libro bajo el título El enemigo del pueblo, el cual precisamente sostiene como tesis que los políticos que quieren anotarse puntos con su electorado buscan antagonizar con los medios y mostrarlos como monstruos con intereses que quieren imponerse a sus honestas e incorruptibles agendas. Gran estrategia.

Este juego, apalancado en los famosos algoritmos de preferencias del consumidor, que les permiten a empresas como Google, Facebook y Twitter presentarles contenido a sus usuarios, exacerbando sus creencias bajo la inocente pero falsa premisa de que solamente facilitan contenido afín, ha convertido a los políticos en poderosísimos entes capaces de destruir a periodistas con una pelea provocada, calculada y hasta preparada.

Y es acá donde quiero llamar su atención, apreciado lector. Por favor entienda que este juego se está dando y nos perjudica a todos. Los políticos, en ejercicio o en búsqueda del servicio público, deben atender todos los llamados de la prensa. Sus repuestas y reacciones, sobre todo cuando están en campaña, deben ser señales de su capacidad de enfrentar críticas y generar conciliación, ergo, gobierno.

Hace poco terminé un libro que recomiendo, llamado The End of Democracy, que detalla algunos puntos que debería tener en cuenta el electorado en el momento de escoger por quién votar para evitar elegir un autócrata. El principal es no confiar en aquellos que atacan a la prensa. Un político confiable es aquel que enfrenta cualquier pregunta en cualquier lugar, como el que nada debe y nada teme. Al que se le vuela la piedra con un reportero que tiene solo como herramienta de trabajo un micrófono, tiende a ser también uno que cierra medios, clausura congresos o asambleas y no oye a ministros ni secretarios. Un dictador.

La animadversión táctica de los políticos es peligrosa, y más aún en un país con el historial de violencia contra los periodistas como Colombia. Los políticos tienen hinchas y conversos, sobre todo los que creen tener un llamado divino. Los periodistas no.

De nuestro lado, tengo que decir que somos todo menos perfectos. Algunos cometemos más errores que otros, pero quiero pedirles el favor de que entiendan que nuestra labor no es decirles a ustedes ni a los políticos las cosas que quieren oír. Lo nuestro, aunque con errores, siempre será contar las cosas como son. El resto son relaciones públicas, y eso es la antítesis del periodismo.

P.D. Es un exabrupto que los colombianos terminemos pagando las cochinadas de Odebrecht. Así el exsuperintendente Robledo asegure que actuó en ley, su determinación nos castiga a todos. Debió levantar la mano y denunciar la situación que sostiene que existe: si ganas un contrato con corrupción y te descubren, igual te tienen que pagar. Terrible.

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