El voto irracional

Luis Carlos Vélez
30 de abril de 2018 - 02:00 a. m.

¿Por qué la gente compra un teléfono móvil por casi US$1.000 cuando el valor de sus piezas y conexiones es menos de US$500? ¿Por qué algunas mujeres pagan por una cartera de cuero repujado con dos letras cómo marca más de US$3.000 cuando su costo de producción, distribución y venta no supera los US$1.500? ¿Por qué algunos políticos usan zapatos de cuero con hebillas de metal cuyo costo real en material y adorno podrían ser menos de un tercio en valor intrínseco?

La respuesta a preguntas como estas las estudia una rama de la economía que fue reconocida en el 2017 con el Premio Nobel para Richard H. Thaler, conocida como economía del comportamiento.

La “behavioral economics” es el estudio de cómo la psicología se relaciona con los procesos de toma de decisiones económicas de instituciones o individuos. Sin embargo, lo más interesante de estos estudios es que la conclusión a la que llega define que las personas suelen tomar decisiones irracionales a pesar de tener toda la información disponible y aunque ese comportamiento ni las beneficie ni maximice su utilidad subjetiva esperada. Toda una locura.

En septiembre de 2011, la revista The Economist le metió un mordisco al tema y analizando la aplicación de la economía del comportamiento a la política llegó a tres muy interesantes conclusiones:

1. La gente escoge su candidato en un parpadear. Es decir, un gran segmento de la población sabe por quién votar en un abrir o cerrar de ojos, sin importar su plataforma, discurso o tenor. Es decir, lo hace desde el corazón y no desde la razón. (Sobre el tema recomiendo el libro Blink, de Malcolm Gladwell).

2. La gente suele temerle más a perder lo que tiene, que a emocionarse por lo que puede ganar. Es decir, hay una aversión pronunciada a la pérdida, por lo que las campañas que ofrecen regalos y no oportunidades de trabajo suelen seducir más que aquellas que por medio de una plataforma robusta muestran un camino certero hacia el progreso. Irracional.

3. La gente es fiel. Es decir, una vez la gente toma una determinación, es muy difícil que cambie de opinión. Solamente el paso en el tiempo, el olvido, o la disminución en la importancia de la determinación política, pueden lograr un giro de percepción, así sea que el candidato escogido mienta, traicione o decepcione.

En otras palabras, el votante, visto desde la teoría económica del comportamiento, es irracional, visceral y terco.

Esto traído a nuestro contexto en Colombia nos lleva a plantearnos los efectos que podrían tener aún las consultas en las elecciones finales para presidente. Se podría argumentar que los candidatos que participaron en ellas ya lograron una postura y compromiso en gran parte de la opinión pública, así su determinación haya sido irracional y/o visceral. En otras palabras, los jugadores de esa consulta pudieron habérsele adelantado al resto de participantes en la toma de determinación política de la contienda presidencial e incluso haber construido un concepto en aquellos electores que no participaron con sus votos en esa fase inicial.

Sin embargo, esta es una aproximación meramente teórica sobre lo que podría pasar, algo que siempre puede ser alterado por un evento sorpresa que no se puede anticipar. Análisis que tampoco refleja la capacidad de la maquinaria que tienen algunos candidatos y que, como es conocido en Colombia, tiene un peso excepcional.

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