El arte y la cultura

Los muros de la discordia

Manuel Drezner
10 de octubre de 2019 - 02:00 a. m.

A mediados del siglo pasado, cuando se estaba construyendo el Centro Rockefeller, de Nueva York, le contrataron al artista mexicano Diego Rivera un gran mural que dominara el recinto de entrada. Rivera, entre diversos personajes que habían realizado los avances humanos, pintó unas figuras del comunismo y eso no le gustó nada a Rockefeller. Él no veía que tuvieran cabida en ese inmenso centro capitalista y, después de agrias discusiones, el mural fue destruido. Cuando le reclamaron al empresario, este se limitó a contestar: “El muro es mío”. Rivera volvió a pintar su mural en el Palacio de Bellas Artes de Ciudad de México y allí se exhibe orgullosamente. El pintor nunca se quejó de que le habían limitado su libertad de expresión, ya que él sí pudo hacerlo en otra parte más acogedora.

Igualmente se recuerda cuando miembros del Partido Comunista italiano decidieron pintar en los muros del Vaticano una serie de frases antirreligiosas que fueron borradas prontamente. Tampoco ellos se quejaron de limitaciones a la libertad de expresión. En los dos casos mencionados era esta contra el derecho a que los dueños puedan hacer en su propiedad lo que les parezca.

Los ejemplos anteriores se traen a cuento por el caso reciente de un intento de hacer una caricatura política en que un presidente de Colombia era manejado como un títere por un expresidente, que a su vez era manejado por el presidente de Estados Unidos. Inexplicablemente ese grafiti fue auspiciado por el Salón de Artistas Colombianos, que debía saber que un centro binacional estadounidense no era el sitio para hacer propaganda de este tipo. El mural fue borrado, ya que el Centro consideró que tenía derecho a que no se usaran sus muros con manifiestos que atacaban lo suyo. En forma equivocada fueron acusados de impedir la libertad de expresión, ya que esta no fue impedida sino que no quisieron convertirse en idiotas útiles que permitieran ataques a lo suyo desde sus propios recintos Los pintores que trataron de hacer esa evidente agresión pueden pintar lo suyo en otras partes y nadie los ha coartado para que no lo hagan y aunque no veo que el arte nacional gane mucho con esa caricatura, bien pueden usar un lugar más acogedor para hacerlo.

Podría venir a cuento lo que decía el asesinado director de este diario, Guillermo Cano, cuando lo acusaban de limitar la libertad de prensa al no publicar colaboraciones que no parecían adecuadas al periódico. Él siempre contestaba que libertad de prensa era la posibilidad de que cualquiera pudiera editar su propio diario y no que los diarios publicaran cuanto mamarracho les mandaban.

 

Sin comentarios aún. Suscribete e inicia la conversación
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta política.
Aceptar