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De precios y distopías

Marc Hofstetter
12 de febrero de 2023 - 05:00 a. m.

Nuestra moneda ha perdido un cuarto de su valor frente al dólar estadounidense en solo dos años. Ese debilitamiento no está explicado por un fortalecimiento del dólar en todo el mundo, como lo deja claro una comparación del peso colombiano frente a pares regionales con regímenes monetarios similares.

En esos dos años, frente al peso chileno y el sol peruano, nuestra moneda ha perdido un quinto de su valor y frente al real brasileño y el peso mexicano más de un cuarto. Si a los colombianos nos parece que todo está carísimo por estas tierras, cuando visitamos otros destinos esa sensación se multiplica.

El peso devaluado viene en tiempos en los que hemos gozado de altos precios de nuestras exportaciones relativas a los de las importaciones. Ese cociente está en niveles solo comparables a los del “boom” que tuvimos entre 2010 y 2012, cuando nuestra tasa de cambio frente al dólar fluctuaba entre $1.700 y $1.800. La alusión es relevante porque usualmente cuando esos precios relativos son altos, nuestra moneda tiende a fortalecerse.

Luce poco probable que el peso recupere su esplendor pronto. A los inusuales altos precios de nuestras exportaciones —que difícilmente tienen espacio para nuevas mejoras y sí mucho para volver a promedios históricos más bajos— se suma la incertidumbre sobre el destino de las políticas públicas, la regulación, la capacidad de ejecución y la bienvenida a la inversión privada.

Por ejemplo, en el sector de la salud, el energético, el minero o el de carreteras por concesión, las billeteras privadas permanecerán cerradas a nuevos proyectos mientras no quede claro a qué jugamos. Y me temo que en varios frentes la ambigüedad no desaparecerá.

Esa alta tasa de cambio tiene también costos para el Gobierno: engorda el peso de sus obligaciones externas reportadas en moneda local y hace más difícil el esfuerzo nacional por contener las presiones inflacionarias que tanto descontento generan. Y, desde la óptica de este Gobierno, esa tasa de cambio tiene además el defecto de estar en manos de las fuerzas del mercado de las que tanto parece desconfiar.

Ante algún susto futuro que dé la tasa de cambio, no cuesta imaginar un escenario en que el Gobierno declare que ese precio es inadecuado, que no cumple con parámetros de justicia y que se mueve al son de especuladores.

No cuesta tampoco imaginar que el presidente saldría a la plaza y, a nombre del bolsillo de los colombianos, diría que quiere establecer el precio “correcto” de esa moneda. Habría tensiones con el Banco de la República —la autoridad cambiaria legítima— que en mi imaginación distópica acabarían en múltiples tasas de cambio: unas manejadas por el Gobierno y otras por el mercado. Los cercanos al poder tendrían acceso a los dólares baratos —y se los venderían a quienes no lo tengan. Los baratos, dirían sus vendedores, son los que tienen el precio correcto, decretado por ese líder supremo, el mismo que sabe cuánto debe costar un peaje o un kilovatio.

@mahofste

 

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