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Señor(a) secretario(a)

Marcos Peckel
31 de agosto de 2016 - 02:00 a. m.

En las próximas semanas seremos testigos de uno de los procesos de selección más opacos, que si bien no se acerca al interés que despiertan los cónclaves de la Iglesia, el finalmente ungido tendrá un perfil global similar al del pontífice romano.

En esta ocasión el proceso se ha revestido de una pequeña dosis de transparencia que ha permitido por lo menos conocer a los aspirantes, así académicos y desocupados pueden buscar sus perfiles en Google. En últimas, el Consejo de Seguridad debe proponer un solo nombre a la Asamblea General, órgano que funge de espectador en el proceso y a lo Soviet-Supremo aprueba al candidato propuesto.

En el Consejo de Seguridad, compuesto por quince países, hay cinco que mandan gracias a su derecho a veto y diez rellenos. Por lo tanto será el grupo de los cinco; Estados Unidos, Rusia, China, Francia y Gran Bretaña, el que seleccione al próximo secretario general del organismo. Por lo tanto, el único requisito para acceder a la cumbre de la diplomacia mundial es contar con la simpatía de los cinco y en este exclusivo club hay dos “primus inter pares”: Moscú y Washington, que buscarán un candidato de consenso que no cuestione ni se interponga en sus acciones.

Por lo tanto un candidato con las mejores calificaciones, que haya hablado mucho en el pasado, que exhiba exceso de entusiasmo, que quiera “resolver los problema del mundo”, que mencione la palabra “Ucrania” o para quien los derechos humanos son su faro, termina generando sospecha y cavando su propia fosa. El mínimo común denominador parece haber sido el criterio bajo el cual se eligieron los últimos secretarios generales.

El nombre del cargo, “secretario general”, hace honor a su nombre. Un individuo bien enterado que administra una frondosa burocracia y cuya mayor atribución es llevar al Consejo de Seguridad los temas que considere “ponen en peligro la paz mundial” para sentir posteriormente la frustración de que no se resolvió nada, a menos que se trate de una situación en la que las potencias están de acuerdo, caso el proceso de paz en Colombia, o no tienen mayores intereses. A Ban Ki-moon no se le puede acusar de no haber hecho nada durante los más de cinco años que completa el apocalipsis en Siria, pero un Consejo de Seguridad paralizado por el veto de Rusia ha convertido a Naciones Unidas y su secretario general en simples espectadores del desangre.

El nuevo(a) secretario(a) tendrá que enfrentar los desafíos de un mundo que se desliza hacia el caos geopolítico, en el que los valores de la democracia se están erosionando; un retorno al realismo puro y duro, incluida la posibilidad de que vuelvan a estallar guerras entre estados; un elevado protagonismo de actores no estatales y una sensación generalizada de impotencia por parte de los organismos internacionales, Naciones Unidas en especial. Menuda responsabilidad con pocos dientes.

 

 

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