Mientras que por un lado se lucha en este país para evitar tanto papeleo e incluso hay una Ley Antitrámites que supuestamente va a acabar con eso, por el otro lado el aparato burocrático ha tomado la decisión de atravesársele a cuánta iniciativa y solicitud se hace, respondiendo de manera tajante con un desapacible “no”.
Y se dice “no” aun sin conocer del tema y antes de que usted termine de hablar. El cortante “no” le cierra las puertas y las posibilidades. Debe entonces recurrir al ruego o a una “palanca” hasta para las cosas más nimias e incluso aportar un “detallito” para ser atendido como lo dispone la ley.
Se ha llegado al extremo de tener que presentar derechos de petición —que nunca son atendidos de manera oportuna—, terminando después en las célebres tutelas cuyos fallos también se los pasan por la faja, enredando aún más las cosas.
¿Qué se hicieron los funcionarios públicos que cumplían con su deber, siendo el principal atender de manera solícita y positiva a quienes recurrían al Estado para, por ejemplo, obtener información para crear una microempresa u obtener una licencia absolutamente elemental?
La contestación de entrada es ese “no” que les sale del hígado, con una mezcla de odio y de “importaculismo” que podría tener dos explicaciones : 1) el temor a equivocarse y poder verse envueltos en una investigación disciplinaria, y 2) la absoluta ignorancia de lo que deberían saber para estar en ese escritorio o ventanilla, despachando con aires de ministro o qué sé yo.
En ambas circunstancias, no deja de advertirse un cierto tufillo de complacencia y venganza, amén de la pedantería de aquellos empleados públicos que utilizan sus cargos para darse ínfulas de lo que no son o no pudieron ser en sus vidas, sin descartar los CVY que se volvieron costumbre en la gran mayoría de las entidades estatales.
Si cree que exagero, haga el intento a ver si el que manda en la frondosa burocracia nacional no es el “no”.