Como si no fuera suficiente con la polarización extrema y el sectarismo por culpa de los precandidatos sietemesinos, los retorcijones de los voceros ubicados en las antípodas más distantes, los odiadores concebidos in vitro y los negacionistas hasta de sí mismos, el país se despierta al nuevo año sumido en la misma horrible noche, con una nueva confrontación que los dos bandos asumen como una vieja querella no resuelta, como casi todo lo nuestro.
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Como si no fuera suficiente con la polarización extrema y el sectarismo por culpa de los precandidatos sietemesinos, los retorcijones de los voceros ubicados en las antípodas más distantes, los odiadores concebidos in vitro y los negacionistas hasta de sí mismos, el país se despierta al nuevo año sumido en la misma horrible noche, con una nueva confrontación que los dos bandos asumen como una vieja querella no resuelta, como casi todo lo nuestro.
En medio de uvas, supersticiones y vinos espumosos, algunos columnistas se han ido pluma en ristre contra quienes se anticiparon, con uno que otro descache, al caos que bien pronto apagó los fuegos de artificio de una vida nueva, y los ubicaron en el bando de los catastrofistas o profetas del desastre.
Esa sutil descalificación, en medio de parabienes y buenos deseos propios de las fechas que acaban de pasar, estuvo a punto de endilgarles el inri de aves de mal agüero, como si proyectar el futuro con base en yerros y carencias tangibles tuviera el efecto de una aguja hipodérmica, símbolo también de división en los meses o años por venir a raíz de la vacunación.
Ignoran el otro bando, que repta entre no pocos líderes de opinión propiciando titulares, diseñando escenarios y manufacturando ambientes, en el que se incluyen por convicción o conveniencia los optimistas recalcitrantes con argumentos en apariencia tan sólidos que algunos de ellos llegan a gerentes de banco, presidentes de gremio y en el peor, o debería decir el mejor, de los casos a ministros de Hacienda.
Se escudan en el ánimo, la confianza y otras variopintas emociones, como si empresarios e inversionistas no tuvieran uso de razón o no conocieran los indicadores mejor que ninguno, o como si fuese más importante la apariencia que la cruda realidad.
Confundir pronósticos con augurios, predicciones sustentadas con presagios o datos con buenas intenciones no hará un mejor país. Los ciudadanos solo requieren información lo menos tratada posible, despojada de fatalismos y de utopías o esperanzas infundadas, pero, sobre todo, libre de fanatismos.