No nos gustan los hechos. Tal vez son demasiado duros para lidiar con ellos. Preferimos ese limbo entre la decidofobia, o miedo a tomar decisiones, y la procrastinación, o tendencia a aplazarlas, so pretexto de debatirlas.
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No nos gustan los hechos. Tal vez son demasiado duros para lidiar con ellos. Preferimos ese limbo entre la decidofobia, o miedo a tomar decisiones, y la procrastinación, o tendencia a aplazarlas, so pretexto de debatirlas.
En eso se nos va la vida, en proponer y en la discutidera, cuyo fin último es la dilación, el aplazamiento perpetuo. Hay en todo ello, aparte de conveniencia y malas intenciones, un placer morboso.
Prueba de ello es el llamado pomposamente cónclave del actual Gobierno, que resume, sin esfuerzo, la “proposicionitis” en este ya largo año y medio en el poder. O la tal conversación nacional, que no pasa de una desesperanzada exposición de motivos en medio de la prosodia, mala retórica y oídos sordos.
Síntomas de proclividad a la inacción son los pupitrazos y aprobaciones en volandas de proyectos que nunca fueron suficientemente discutidos y que, salvo el favorecimiento de unos cuantos, solo sirven de cuota inicial para reformas venideras.
La insinuación del paro de taxis para dilatar la legislación de plataformas o el paro de transporte de carga para intoxicar medidas en pro de la calidad del aire no hablan precisamente de participación, sino de nuestra experticia probada en anteponer problemas a soluciones y de interpolar objeciones antes de que lleguen las propuestas.
Y no hablamos, por grosera obviedad, del metro o el tren como soluciones aplazadas, y que ameritaban el cambio del ramo de laurel en el escudo por un ralentí, sino de la cotidianidad que se opone a los verbos de acción y prefiere la voz pasiva y, de ser posible, el condicional, que tanto daño le hace al periodismo.
Una rutina adocenada desde la puesta en escena presidencial y su círculo cercano, todos ellos tan apasionados por esas frases sin tiempo ni medida, a pesar del menjurje de cifras y estadísticas que no pocas veces terminan por contradecirse.
Por eso, aquí parece mejor ser candidato que funcionario o más cómodo estar en la oposición que en el poder, por el miedo a los hechos, no sea que resulten por cambiarnos.
@marioemorales y www.mariomorales.info