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¿La nariz del camello bajo la rueda?

Maureen Dowd
19 de junio de 2011 - 01:00 a. m.

SUPONGO QUE NO SE LLEGA A SER el hombre más rico de Arabia Saudita si no se es capaz de evaluar una situación rápidamente.

Cuando me comuniqué con él en Riad por la noche del martes, el ‘Warren Buffett árabe’, como es conocido el multimillonario príncipe Alwalid bin Talal bin Abdulaziz al-Saud, fue bastante definitivo en sus opiniones con respecto a permitirles a las mujeres sauditas que conduzcan automóviles.

“No estamos pidiendo relaciones diplomáticas con Israel”, dijo. “Tan sólo estamos pidiendo que las damas puedan manejar el auto. Por favor, no sean así. Incluso en Corea del Norte, las mujeres pueden conducir. Esto es una broma. El problema de que las mujeres conduzcan puede ocurrir mañana, porque realmente no es un problema,  en lo más mínimo. Con toda franqueza, necesitamos un firme liderazgo para hacerlo y superarlo. ¿Qué estamos esperando?”

Por supuesto, el príncipe Alwalid es un pilar de modernidad en el reino medieval. En su oficina en un rascacielos de Riad, mujeres enfundadas en ajustados jeans y trajes llevan la batuta, trabajando hombro con hombro con los hombres, algo que está prohibido en otros lugares. Las oficinas gubernamentales en Arabia Saudita están segregadas por sexos.

El príncipe contrató específicamente a una mujer, nacida en la ciudad sagrada de La Meca, y la capacitó para que fuera la piloto de su avión privado.

“Las damas pueden volar por lo alto, mas no conducir en la calle”, dijo con aspereza, y anotó: “Mi esposa maneja en el desierto y en cada ciudad a la que vamos inmediatamente después de salir del aeropuerto. Es una excelente conductora; ciertamente mejor que yo”.

En los años 50, en la cúspide de la manía estadounidense por los chistes y los actos por televisión de mujeres tontas detrás del volante, había un dicho: “Mujer al volante, no hay sobreviviente”.

Eso cobró un nuevo y ominoso significado a medida que las mujeres sauditas sufrían la agonía con respecto a si se sumaban o no a un paseo en automóvil el pasado  viernes: una protesta nacional en la cual las mujeres se pondrían detrás del volante para ver si eran mandadas a la cárcel en masa. En 1990, 47 mujeres de la élite intelectual de Arabia Saudita se sintieron tan inspiradas por las tropas estadounidenses —y mujeres soldado— que se reunieron en el reino para la guerra del presidente Bush padre en contra de Saddam Hussein, que salieron a dar un paseo a fin de protestar porque Arabia Saudita es el único país en el cual las mujeres no pueden conducir.

Los clérigos fundamentalistas se esforzaron más de la cuenta, tildando de “mujerzuelas” y “prostitutas” a las mujeres. Ellas perdieron sus empleos y fueron acosadas. Sus pasaportes fueron revocados y tuvieron que firmar papeles en los que accedieron a no hablar sobre dicho paseo. Cuando entrevisté a algunas de ellas doce años más tarde, apenas empezaban a sacudirse la vengativa represalia.

Pese a toda la pretensión en las palabras de George y Laura Bush con respecto a cómo las guerras de W. contribuirían a acrecentar los derechos de las mujeres en Oriente Medio, apenas es limitada la presión que Estados Unidos puede ejercer sobre Arabia Saudita con respecto a permitir que las mujeres conduzcan sin poner en peligro el flujo de petróleo que permite que la gente conduzca en los Estados Unidos. El presidente Barack Obama ni siquiera mencionó a Arabia Saudita en su gran discurso sobre Oriente Medio del mes pasado.

Quizá el tema de la conducción de vehículos no sea un tema de tanta importancia como el final de la custodia masculina, pero es el nexo de alto octanaje donde se entrelazan nuestras hipocresías.

El último impulso por el manejo empezó el mes pasado, un florecimiento de Twitter y Facebook en la Primavera Árabe, seguido por un “Día de ira” saudita en marzo, para el cual nadie se presentó salvo la policía.

El rey Abdulá pasa por progresista en Arabia Saudita. (Acaba de aprobar un decreto que permite que las mujeres, en lugar de los hombres, vendan ropa interior femenina.) Aterrado ante las insurrecciones a su alrededor, disipó tufos de protestas democráticas al estilo saudita: con su chequera. Tras el fallido “Día de ira”, recompensó a sus complacientes ciudadanos con 130.000 millones de dólares en aumentos salariales, nuevas viviendas y financiamiento para organizaciones religiosas.

Pero, entonces, una madre soltera de 32 años de edad, de nombre Manal al-Sharif, consultora de internet en la empresa paraestatal de petróleo Aramco, publicó un video de sí misma en YouTube, conduciendo su camioneta, vestida con una abaya negra, en la ciudad de Al-Jobar de la provincia Oriental.

Le dijo a CNN que la última gota fue la noche en que estaba intentando llegar a casa con su hijo de cinco años y no podía encontrar un taxi ni encontrar a su hermano para que la recogiera o escapar del acoso de los motoristas del sexo masculino mientras caminaba sola.

“Soy una mujer adulta”, dijo, y agregó: “Y ahí estaba, llorando como una niña en la calle porque no podía encontrar a alguien que me recogiera y me llevara a de vuelta a casa”.

Fue encarcelada durante una semana y obligada a firmar un documento en el que accedía a no conversar con la prensa o seguir con sus llamamientos por una reforma. Esto tuvo un efecto escalofriante sobre las mujeres.

Pero, esta semana, Reem al-Faisal, una princesa, activista y fotógrafa de Yedda, quien es la nieta del difunto rey Faisal y la sobrina del canciller Saud al-Faisal, elevó la voz, escribiendo en el diario The Arab News que “es verdaderamente trágico que tengamos que pelear por un derecho esencial, aunque mediocre” y ser tratadas como “eternas menores de edad”.

Sugirió que las mujeres simplemente deberían conducir camellos exentos de contaminación. Solo que entonces, los hombres “también les negarían a las mujeres los derechos a conducir camellos. En ese caso, tendremos que conformarnos con tomar el asiento trasero de los camellos o empezar a buscar otras opciones; ¿mulas, quizá?”.

* Columnista de The New York Times, ganadora del Premio Pulitzer en opinión en 1999.

2011 The New York Times News Service

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