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¡Abrace a su hijo!

Nicholas D. Kristof
27 de octubre de 2012 - 11:00 p. m.

Ahora que los candidatos debaten sobre cómo fortalecer a Estados Unidos, quizá puedan aprender de las ratas.

Michael Meaney, un neurólogo de la Universidad McGill, notó que algunas de las madres ratas con las que trabajó pasaban muchísimo tiempo lamiendo y acicalando a sus bebés. Otras mamás ratas eran mucho menos cariñosas.

Esta variación natural tuvo consecuencias a largo plazo. El equipo de Meaney encontró que cuando crecieron las ratas, a las que las madres lamieron y acicalaron podían moverse mejor por los laberintos.

Eran más sociales y curiosas. Hasta vivían más.

El equipo de Meaney diseccionó ratas adultas y encontró que a las que habían lamido presentaban diferencias en la anatomía del cerebro, de tal forma que a las que habían lamido más podían controlar mejor las respuestas al estrés.

Así es que, ¿podría la versión humana de lamer y acicalar —abrazar y besar a los bebés, y leerles— fortificar a nuestra descendencia e, incluso, a nuestra sociedad también?

En un estudio de la Universidad de Minnesota, que se comenzó en los 70, se hizo el seguimiento de 267 niños de madres primerizas con ingresos bajos durante casi cuatro décadas. Se encontró que si un niño recibe una crianza de apoyo comprensivo en los primeros años de vida es un pronosticador, al menos tan bueno como el CI, para saber si se graduará del bachillerato.

Esto puede ejemplificar una forma en la que la pobreza se replica de una generación a otra. Los niños en hogares pobres crecen bajo tensión constante, en forma desproporcionada, criados por jóvenes madres solteras también bajo tremenda tensión, y el resultado puede ser una estructura cerebral que dificulta más que los niños florezcan en la escuela o tengan éxito en la fuerza de trabajo.

No obstante, se puede romper el ciclo y la implicación es que la forma más rentable de abordar la pobreza no necesariamente es con vales de vivienda o iniciativas de bienestar o edificación de prisiones. Más bien, puede ser la educación en la infancia temprana y los programas de crianza.

Académicos como James Heckman, de la Universidad de Chicago, y el doctor Jack Shonkoff, de Harvard, han sido pioneros en este campo y décadas de una investigación fascinante ahora se reunieron maravillosamente en el nuevo e importante libro de Paul Tough, How Children Succeed (Cómo triunfan los niños). ¡Que este libro perdure en las listas de los más vendidos!

Como indica Tough, la evidencia se acumula en cuanto a que los conservadores tienen razón en algunos problemas fundamentales relativos a la pobreza. Para empezar, no podemos sólo hablar de bienestar o política fiscal, sino que también debemos considerar la cultura y el carácter.

“No existe una herramienta contra la pobreza que podamos proporcionarles a los jóvenes desfavorecidos que sea más valiosa”, escribe Tough, que tener agallas, resistencia, perseverancia y optimismo.

No obstante, a veces equivocadamente, los conservadores ven eso como el fin de la conversación.

“Estos datos científicos indican una realidad muy diferente”, escribe Tough. “Dice que las fortalezas de carácter que importan tanto para el éxito de los jóvenes no son innatas; no aparecen mágicamente en nosotros como un resultado de la buena suerte o los buenos genes. Y no son simplemente una opción. Están enraizadas en la química cerebral, y las moldea, en formas medibles y predecibles, el medio ambiente en el que crecen los niños. Eso significa que el resto de nosotros —la sociedad en su conjunto— podemos ejercer una enorme influencia en su desarrollo”.

Aquí va un ejemplo: Nurse-Family-Partnership, una de mis organizaciones no lucrativas favoritas que combaten la pobreza en Estados Unidos. Envía enfermeras a que visiten regularmente a madres primerizas en riesgo, desde el embarazo hasta que el niño cumple dos años. Las enfermeras aconsejan sobre el alcoholismo y la drogadicción, y alientan hábitos de crianza solícita, como leerle al niño. Los resultados son sensacionales: a los 15 años estos niños tienen menos de la mitad de las probabilidades de que los aprehendan que los que viven en circunstancias similares que no estaban registrados.

Quizás estemos empezando a descifrar el código de cómo remover gradualmente tantos de los problemas internos de Estados Unidos. Tough cita evidencia de que, aun cuando la tensión tóxica o la crianza insolidaria dañan la corteza prefrontal en la infancia, a menudo es posible reparar el daño en la adolescencia.

Cuenta la historia de Kewauna Lerma, una niña de Chicago que empezó el bachillerato con un promedio de C y una aprehensión. Entonces, una organización llamada OneGoal, que surgió a partir de esta oleada de investigación, empezó a trabajar con Kewauna y fomentó sus ambiciones y talentos.

Que escuchen el presidente Barack Obama y Mitt Romney: la historia de Kewauna subraya que fortalecer nuestra nación significa invertir no sólo en buques de guerra, sino también en sus niños.

En una práctica del examen estandarizado ACT, Kewauna quedó en el percentil uno de hasta abajo. No obstante, empezó a centrarse en el trabajo escolar y aumentaron sus calificaciones y resultados en las pruebas. En el último año del bachillerato no obtuvo una calificación menor a -A.

Logró entrar a la universidad, donde su materia más difícil fue biología, y el profesor usaba palabras que Kewauna no comprendía. Así es que se sentó en la fila de adelante y después de la clase le preguntaba al catedrático el significado de cada una. Kewauna tenía poco dinero, y una vez se quedó sin nada y no comió en dos días. Sin embargo, obtuvo una maestría en biología.

 

Nicholas D. Kristof* Columnista de ‘The New York Times’, dos veces ganador del Premio Pulitzer.

 

 

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