La semana pasada, los medios registraron el escándalo que sacude a Airbus, gigantesca multinacional y principal compañía fabricante de aviones del mundo.
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La semana pasada, los medios registraron el escándalo que sacude a Airbus, gigantesca multinacional y principal compañía fabricante de aviones del mundo.
Debo decir que el caso Airbus, si bien no me sorprendió —pues ya nada en materia de corrupción causa en mí esa sensación—, sí me revivió el escándalo de Odebrecht. Ambos casos enseñan que la corrupción empresarial es universal y a todo nivel. Es más, como varias veces lo hemos dicho en público y privado, y a grito herido desde la institucionalidad, la corrupción está incrustada en el ADN de algunas empresas; por fortuna, no en el de todas.
Al igual que Odebrecht, Airbus suscribió acuerdos de culpabilidad (plea agreements) con autoridades de varios países: EE. UU., Reino Unido y Francia. Allí, Airbus confesó que había incurrido en actos globales de corrupción en diferentes países y continentes, de lo que, tristemente, Colombia nunca suele escaparse, pues en esta materia somos campeones mundiales.
La estrategia corrupta de Airbus, cero innovadora y poco sofisticada, era la de sobornar con coimas a altos directivos de las aerolíneas para que estos tomaran la decisión de comprar sus aviones y no los de otros fabricantes, lo que además de ser una vulgar jugada anticompetitiva es un delito que en Colombia y el resto del mundo se llama “corrupción privada”.
El caso Airbus involucra pago de coimas en Corea, Rusia, India, China, Arabia Saudita, México, Brasil y Colombia, parecido a lo de Odebrecht. Para el caso colombiano, Airbus habría negociado con un alto directivo de Avianca una jugosa coima equivalente a un porcentaje sobre el valor de los 133 aviones comprados en 2014, como consta en varios correos electrónicos.
Como hemos visto, hay muchas similitudes con el caso Odebrecht. Sin embargo, en esta oportunidad ojalá sí se conozca toda la verdad y se llegue hasta las últimas consecuencias respecto de los verdaderos “amos y señores” de la corrupción, y que ellos no se oculten cobardemente detrás de unos segundones que en nombre y por cuenta de sus jefes pagan cárcel.
En el caso Odebrecht-Sarmiento, esos “amos y señores” resultaron cobijados por el manto de la impunidad, pues la cárcel no ha sido sino para sus segundones, al paso que quienes en verdad ordenaron los sobornos se pavonean por todas partes y se toman fotos con presidentes, ministros y altos funcionarios, a pesar de haber ordenado el jugoso soborno de US$6,5 millones al exviceministro Gabriel García para la adjudicación de la Ruta del Sol 2 en épocas de Uribe.
Es una oportunidad para que la Fiscalía investigue a fondo este delito de corrupción privada, pero también para que la Superintendencia de Industria y Comercio haga lo propio, pues la corrupción para ganar contratos, además de un delito, es un acto violatorio de la libre competencia y, en el caso particular de Airbus-Avianca, al igual que en el de Odebrecht-Sarmiento, esas conductas corruptas tuvieron efectos en el territorio colombiano.
Grave que la corrupción sea un constante déjà vu, pues eso significa que en la lucha contra este delito andamos de para atrás, como el cangrejo.